lunes, 31 de diciembre de 2012

Historia escrita y una nueva hoja en blanco para soñar

Tiempo de escuchar la palabra balance en repetidas oportunidades. Es lógico cada vez que se acerca el fin de un año y el comienzo de otro. Es extraño como a veces esperamos un ínfimo cambio de números en el calendario, pensando o deseando que varias cosas cambien con él.  Quizás deberíamos actuar o buscar lo que queremos en cualquier instante de esto que llamamos  vida, en lugar de esperar "renovar" las esperanzas basándose en el paso del tiempo.  Es cierto que algunas cosas nos marcan o transforman de un año a otro, siendo la marca temporal normal utilizada en el mundo. "El año que viene voy a..." es un buen ejercicio para analizar a futuro a través del valor de nuestras palabras, obviamente dicho a conciencia y no para ocultar o evadir situaciones que no ameritan aguardar más tiempo,
Cuando hoy levanten la copa para brindar con la gente que eligen tener a su lado, llegarán esas escenas donde viajamos hacia el pasado recordando personas que ya no están y que en su momento levantaron también sus copas juntos a nosotros. Ese instante agrega un nueva hoja en blanco para escribir nuestra propia historia. En una de las primeras que tenemos, suelen aparecer esos sueños, imágenes en la mente de algo hipotetico que termina definiendo una de las palabras más abstractas posibles como lo es la felicidad. Abstracto pero real a la vez. Sueños que nos hacen únicos, que nos recuerdan donde estamos y hacia donde vamos. Sin ellos, simplemente deambulamos en el tiempo. 
Aristoteles decía que el fin último del hombre debía ser la búsqueda de la felicidad. Esos 10 segundos antes de empezar a vivir el 2013, mira donde estás parado y valora ese espacio con quien estas, preguntandote en que parte de ese camino para buscarla te encontras. 
La vida tiene esos pequeños momentos que nos dejan disfrutar y conocer esa felicidad, donde sonreímos de verdad y no por compromiso. Cuando la balanza imaginaria se inclina hacia el espacio que esperamos y la sensación que deseamos. ¿Cumpliste sueños este año que se va? Si no fue así, es tiempo de alcanzarlos y si lo disfrutaste, como fue mi caso con la publicación de mi primera novela, es inevitable soñar con mucho más y no quedarse con lo que ya se hizo. 

Cambiará el calendario, un número en el año, pero la historia la escribe cada uno.
Disfruten lo que tienen y valoren a la gente que tienen al lado. 

¡Feliz 2013 para todos!

lunes, 26 de noviembre de 2012

Del Sueño a la Realidad


A veces nos pasan cosas que quizás imaginamos por cómo se van dando otras, pero en ese preciso y específico momento donde esa situación se convierte en realidad, la mente transforma aquella imaginación en un sinfín de sensaciones tales como la incertidumbre, la expectativa del futuro inmediato, la aventura de disfrutar de esa experiencia o incluso el miedo hacia lo desconocido.

La mezcla de dichas e infinitas sensaciones puede resumirse en apenas una palabra: sueños. Creo que la vida tiene escasas oportunidades y como todos dicen, vuela. Hoy les toca a los dos juntos una de esas ventanas que se abren de repente cuando uno menos lo espera. Desde muy chicos soñaron con esta posibilidad, con este sueño como tan bien lo define esa palabra para un momento de esta magnitud. Es verdad que nos vemos rodeados, de manera positiva, de un entorno familiar y profesional, que a veces complejiza una decisión de este color. Sin embargo, y pensando en esa balanza invisible que crea la cabeza, el peso de un sueño de siempre no tiene un valor del otro lado. No existe algo que se iguale a esa condición porque la incertidumbre con la cual vivimos nuestros días puede cambiar de la noche a la mañana. El sueño que se instala y perdura en la mente se mantiene intacto, como una luz personal iluminando un camino. Está siempre ahí, con la diferencia que en ciertas ocasiones se acerca un poco más, como dejándose alcanzar.

Están a punto de vivir eso y ojala sea tan real como lo imaginan. Más allá de la incertidumbre de la sombra del futuro que parece acechar en todo momento, es el gran momento para disfrutar solo del presente, sabiendo que de este lado del mundo hay una inmensa cantidad de gente que los va a estar siguiendo a cada segundo de sus pasos. Acá estamos y seguiremos estando. 

Abran bien los ojos y disfruten de esas ínfimas posibilidades que nos da la vida de sentir lo que significa cumplir un sueño.  El tiempo es lo de menos, pasa más rápido de lo que todos imaginamos. Es la variable más relativa de toda esta ecuación. 
Así que termino con un “nos vemos en un rato” después de que escriban un poco de historia.  

jueves, 8 de noviembre de 2012

Ciudad en llamas


Calor de verano en primavera. Cortes simultáneos de luz en múltiples lugares céntricos y barriales.  La consecuencia inmediata de la falta de agua no se hace esperar. “Se mantiene la alerta amarilla”, frase repetida por noticieros de televisión y programas de radio,  poniéndole un color a la situación.  Miles de semáforos sin funcionar provocan un caos en el tráfico en una hora pico. La lucha por cruzar una calle por parte de los peatones se convierte en aquel momento donde la ansiedad de los conductores parece funcionar como quien decide el destino de una vida. Los subtes, alcanzados también por la falta de energía, dejan de funcionar.  Las personas atrapadas entre estaciones se ven obligadas a caminar sobre los rieles para llegar a la superficie. Los trenes suspenden su servicio. El cielo comienza a oscurecer, trayendo consigo protestas y reclamos. Las discusiones con chóferes de colectivos que no abren sus puertas aumenta la tensión.

La tolerancia y la paciencia pasar a ser las dos virtudes más escasas del momento. La complejidad e impotencia avalan la posibilidad de perder dichas virtudes. Llegan largas caminatas por reconocidas avenidas, buscando vencer al calor y alejarse del cemento ardiente de las zonas céntricas de la ciudad. La basura es parte del paisaje, sin servicio de recolección, perfuma la ciudad de manera única.

La suma de cada una de aquellas variables afirma aun más que vivimos en un lugar tan frágil como un simple jarrón de flores. De repente, si se llena de agua puede colapsar y en el intento de evitarlo, las flores ya pierden su sentido. El jarrón puede caerse al suelo en medio de esos vanos esfuerzos de arreglar la situación. Sin embargo, y por más intentos que se hagan después de caer tantas veces por los mismos problemas, ya no puede volverse atrás.

No es una película como Duro de Matar 4 en donde intentan colapsar una ciudad, o una serie como Revolution que intenta demostrar que pasaría si la energía eléctrica desapareciese por completo. La ciudad de Buenos Aires comparte esa imposibilidad de volver atrás como la analogía del jarrón. Una ola de calor  inesperada o una lluvia repentina de dos horas, nos demuestra la realidad con la cual  pasamos nuestras vidas. Somos presos de la energía, incapaces de anticipar situaciones que se repiten una y otra vez, demostrando la poca inteligencia para solucionarlas.

Estamos rozando un peligro límite. Una línea imaginaria  que nos obligará a retroceder en el tiempo. Jugamos con los extremos como si fuéramos capaces de manejarlos a gusto. Las consecuencias de un odio y enojo que crece sin detenerse, arden en una ciudad que ya no tiene arreglo. Una ciudad en llamas. 

martes, 30 de octubre de 2012

Día de examen

Miro el reloj y ya falta menos. El día está raro, templado, pero con nubes de esas que parecen afirmar el fin del mundo. En el primer colectivo intento leer algo más, pero ese movimiento incesante del viaje sumado al sol en la cara, me obligan a guardar las hojas y cerrar los ojos. Que lindo momento cuando por al menos unos instantes, la mente viaja a otro lado y al abrirlos, se necesitan dos segundos eternos para entender la realidad.
El trafico de Buenos Aires ya no sorprende mas allá de la hora. Por suerte, anticipar esto evita posibles sorpresas, pero forma parte de esas cosas a las que nos mal acostumbramos porque sabemos que ya no  tendrán solución. El segundo colectivo ya viene mas lleno, pero el viaje es corto.
Llega esa hora antes de la verdad, donde se intercambian opiniones o diferentes versiones de las miles de hojas que se cruzan. Los conocimientos, similares a un castillo de cartas creado a medida, empiezan a colapsar. Aparecen conceptos volando en el aire con la única intención de ocupar un lugar que no les corresponde. Los segundos previos se quedan con esa ultima frase que parece resumir todo. Levanto la vista y veo que comienza a acercarse con las hojas. Llega el momento donde esa primera impresión relaja o impone la negación absoluta del ¿Cómo salgo de esto?. La duda se mezcla con la confianza por el tipo de respuestas que se piden. En la mitad, se escucha la pregunta acerca de cuanto tiempo falta. La voz que afirma esa cantidad parece pesar sobre la birome. La letra empieza a convertirse en ilegible. Alguien se levanta para plantear una consulta y varios inclinan la cabeza buscando alguna ayuda que los beneficie.
Para el final, quedan esas que uno salteo y ahora se ve obligado a enfrentar: aunque no todos la toquen, la guitarra siempre se hace presente. Se escucha la ultima advertencia, y con ella la incertidumbre al leer algo que a pesar de ser correcto, en ese preciso momento parece completamente equivocado.
Guardo la birome, entrego las hojas y segundos mas tarde, la mente disfruta ese estado momentáneo donde no importa el futuro ni el pasado: barrido de información hasta nuevo aviso donde el castillo de cartas vuelva a construirse, mientras la mente en blanco disfruta de ese instante mínimo que al otro día volverá a completarse con las diferentes cuestiones que nos rodean todos los días.      

jueves, 25 de octubre de 2012

Un juego de cartas


El mazo era raro. Único. Sin que nadie le avisara, comenzó a jugar. En los primeros movimientos, empezó a conocer las reglas. Al principio, parecía fácil; un juego sencillo. Las decisiones parecían no tener mayores consecuencias y las cartas se repetían en muchas ocasiones. Era como recorrer los mismos lugares y seguir jugando. Ante algunos avances, recibía gritos y no comprendía porque. Sin embargo, el mismo pilón de cartas empezó a desaparecer, dando lugar a otras cuyo fin era mucho más diverso. La elección de cual usar, tenía un costo que empezaba a generar incomodidades. Igualmente, aún sentía que nada era definitivo. En el trayecto que mostraba el tablero del juego, aparecían nuevos casilleros que venían acompañados de más cartas desconocidas aún. El mal uso de ellas o la sorpresa de recibir una carta en su contra que no esperaba, lo forzaban a retroceder algunos pasos. Se enojó con la primera impresión de este tipo de conflictos, pero luego comprendió la ventaja de que ir hacía atrás le brindaba el conocimiento necesario para no volver a recibir esas cartas sorpresa. Ya conocía esa jugada.

Cuando ya resultaba inevitable y solo recorría caminos cuyas cartas eran similares, notó que debía tomar el control del juego. En ese momento, las cartas cuyo valor no tenían precedencia para él, aparecieron sin preguntar. Sin dudas, al tenerlas en sus manos, su precio subió notablemente. Ya no había vuelta atrás, no podría perder terreno en el tablero. Llegó la etapa del juego donde supo que tenía la carta indicada y que no podía dejarla ir. Con ella, llegaron más cartas lo que implicó un aumento de los jugadores en su mismo equipo. Sus decisiones ya no eran personales, sino que influían directamente en ellos.

Comenzó a notar movimientos más estables en el juego. Podía predecir que pasaría, ya no había decisiones apresuradas o fuera de contexto, se había convertido en un buen jugador. Llegó el turno en que debía comenzar a entregar aquellas cartas que tanto había usado. Con orgullo, transmitió la idea a aquellos jugadores tan importantes en su equipo. Cuando el juego parecía estar equilibrado, llegó un turno muy difícil. Un momento obligado que no se podía evitar para todo jugador: cartas inesperadas que se veía forzado a utilizar. Implicaban un final y dejaban una huella para siempre.

El tablero dejaba ir a jugadores, algunos llegando a la meta en paz y habiendo jugado muy bien, otros de manera abrupta. A su vez, permitía la aparición de otros que reforzaban el valor de nuevas cartas.

Fue así que llegó un día donde levantó su mano y buscando además en su mente, se dio cuenta que ya no le restaban cartas por jugar. Intentó verificar el manual de instrucciones del juego, pero recordó que la primera regla que le habían explicado es que no existía aquel  manual. Cerró sus ojos y como si fuera una imagen reflejada  en el agua, tuvo frente a si mismo el paso para salir del tablero. Giró para dar una última mirada a todo aquel camino recorrido. Aquel tablero estaba repleto de otros jugadores de su mismo equipo, avanzando cada uno según las cartas de su momento. Él había aprendido a jugar. Sonrió, levantó la cabeza y se dio cuenta que no cambiaría siquiera una sola carta de todo su juego. Un juego que alguien decidió llamar vida. 

lunes, 15 de octubre de 2012

Esclavos del lunes


Una demora por un posible descarrilamiento  de un tren, produce una larga espera en la estación. Muchas personas afectadas se rinden ante aquella razón que cambia la rutina de sus mañanas en el viaje hacia sus trabajos. Se ven obligados a buscar variantes para llegar a su destino. El colectivo más cercano recibe pasajeros que no acostumbran a utilizarlo. De esta manera, se llena más rápido y el chófer no tiene otra opción que frenar y tomar más tiempo en cada parada, provocando un inevitable atraso. Con el correr de los minutos, esa diferencia crece y comienza a acumularse. Una mujer aparece corriendo un instante antes de cruzar un semáforo en verde. A pesar del presente tiempo, el chófer con buena intención aguarda esos escasos segundos de diferencia. El semáforo cambia de estado y debe esperar. Cuando vuelve a mostrar el verde permitiendo el paso, otro colectivo en su misma situación de la mañana, lo impacta de lleno de costado, arrastrándolo varios metros por su velocidad. La primera victima encontrada, de un alto número final, es la última mujer que subió al colectivo. Se escucha de fondo una conversación por celular “Me lo tuve que tomar porque el tren estaba demorado y no llegaba a tiempo”. Pasan varias  horas hasta lograr sacar algunas personas atrapadas. Se confirma el desperfecto del tren que ahora ya funciona con normalidad, pero aquellas vidas que intentaban cumplir con ese factor tan limitado como lo es el tiempo ya no podían regresar.

La historia es real hasta cierto punto, con la diferencia de que el choque no llegó a producirse. Quizás por la demora en el tren, por la decisión de tomar un colectivo o esperar otro, por la hora que parece ser una sombra inevitable a nuestras espaldas o hasta por aquellos breves segundos donde la mujer subió. ¿Por qué nosotros mismos nos creamos e ideamos tan peligrosas consecuencias solo para cumplir un horario? ¿Cuánto juega la razón en esos momentos donde parece desaparecer para solo dejarle lugar al actuar sin medir los siguientes pasos? Al fin y al cabo, lo único que parece ser real es la similitud en la que todos nos vemos inmersos de una u otra manera siendo victimas de la rutina, presos del tiempo y esclavos del lunes.

lunes, 24 de septiembre de 2012

El valor del tiempo


Siempre se preguntaba porque no lo veían a pesar de estar ahí. Le echaban la culpa en repetidas frases con un tono negativo. Intentaba ayudar, pero se aprovechaban de él sin medir las consecuencias. Un escaso grupo de personas comprende su uso y facilita su trabajo, pero una gran mayoría continua jugando con los límites de la realidad donde se encuentran, buscando alguna excusa a través de un juego de palabras con él en el medio.

En ciertas ocasiones y ante las mismas y repetidas escenas, las reacciones eran idénticas. No podía entender como cometían el mismo error una y otra vez. Después se justificaban con una frase del estilo “Si pudiera volver atrás, lo haría diferente” ¿Qué atrás? ¿Por qué no lo hiciste diferente antes? Si pudiera, lo afirmaría con ese tono de frente a cada uno de ellos. Era como que daban un salto al vacío, sabiendo que no  podrían regresar.

La realidad es que mi trabajo es algo complejo. Tengo la capacidad de estar en todos lados, es mi obligación hacer notar mi presencia. Obviamente a veces se hace difícil y quizás no cumplo al pie de la letra mi contrato. Formo parte de cada uno de esos momentos donde si no estaría, no existiría un final. Soy de esas cosas determinantes en la vida de un ser humano. Esos seres que festejan cada un año su cumpleaños. Ese festejar comienza a desaparecer cada día un poco más hasta que el pensamiento cambia a que quizás sería el último.Algunos si me aprovechan, son los que mejor comprenden aquel valor.  

Cuando ya no aparezco, es que no hay otra opción. La eterna lista de aquellas decisiones que toman durante su vida, se esfuma como si nunca hubiera estado ahí. A veces cuando tengo mucho frío, me congelo cambiando las posibilidades para cada uno de ellos. En otras ocasiones, necesito volar. Son etapas, como yo las llamo. Intento acompañar a todos, me quieran o no como compañía. La incógnita de percibirme en el aire, acechando, a veces se convierte en un peso complejo de manejar. No los culpo, admito que vengo con muchos problemas a veces.  Lo que pasa es que no me dan el valor que deberían darme. Escucho a muchos que afirman que para alcanzar la felicidad, necesitan de mí ayuda. ¿Por qué? ¿Quién dijo eso? Alguien corrió el rumor y parece que quedo implementado por ahí.

Así fue que un día dije voy a ver de cerca como me tratan. Me subí a ese medio de transporte que llaman Colectivo. Noté como muchos iban apurados con solo mirar sus gestos corporales de no dejar de mirar el reloj en su muñeca. Quizás piensan que van a llegar más rápido así. Solo unos pocos no llevan ese inofensivo, pero su vez peligroso reloj. A mi lado un hombre levanta la voz hablando por celular. “Teníamos que cerrar el contrato ayer. Ahora ya está, es tarde” Su rostro de indignación lo decía todo. Una mujer también usaba ese extraño aparato que cambio las comunicaciones en el mundo, complicando mí trabajo al tener que moverme aún más rápido que de costumbre. “Llegue justo. El examen fue como esperaba. ¿Podes creer que solo dio una hora?”

Cuando me bajé del colectivo, me encontré con un  grupo de personas mirando un televisor en una vidriera. El partido estaba por llegar a su final. Una embarazada pasó a mi lado, con un aspecto de unos 7 meses. Otra de las pantallas en la vidriera mostraba un noticiero. La información acerca de la lluvia que se aproximaba utilizaba mi nombre como si yo tuviera que ver algo con el clima. En el bar pegado a la vidriera, una pareja discutía sin importar su alrededor. “Necesito pensar” se escucho. Obviamente sabía la frase que venía después de eso. Siempre terminaba apareciendo en eso que definían como  relaciones. Un cartel en un negocio mostraba la frase "No dejes para mañana lo que puedes hacer hoy"

Si sumo todas aquellas situaciones, debería volverme loco, pero es inevitable estar presente en cada una de ellas. Un hombre me tocó el hombro y se quedó mirándome unos segundos, mientras comenzaba a llover.
- ¿Tenes hora?  - Le respondí al instante sin mirar nada obviamente. 
Mientras abría su paraguas, pronunció algunas palabras antes de alejarse y continuar su día 
- ¿Qué loco es el tiempo, no?  
  

jueves, 20 de septiembre de 2012

La leyenda del tren fantasma


Había una vez en un pequeño pueblo en las afueras de una ciudad cuyo nombre se desconoce, una leyenda que a fuerza de palabras y consecuencias terminó expandiéndose por todo el mundo. Lo que comenzó con algunos comentarios aislados de unos cuantos se convirtió en un mito obligado de vivir al menos una vez antes de morir.

Nadie sabe cómo ni cuándo empezó el efecto. Un hombre recorrió el trayecto que tiene al pueblo en el medio y tras bajar en la siguiente estación, su rostro estaba diferente. Se lo veía renovado, como si aquellos escasos 7 minutos que duraba el viaje implicaran una línea temporal distinta en otro mundo. Un concepto de otro nivel en  el manejo del factor tiempo. Tras varios chequeos médicos y un prologando  periodo de análisis, recibió el alta a pesar de nunca haber estado enfermo. Unos pocos vivieron el instante en el cual bajo y expresó lo que había experimentado.

Cuando la historia se dio a conocer, varios comenzaron a repetir el trayecto intentando comprender y vivir en su cuerpo y mente aquella leyenda. Al desconocer las consecuencias, la mayoría lo llevaba adelante acompañado. Se subían con el deseo de compartir una sensación que ni siquiera sabían cómo era. Algunos más arriesgados optaban por la valentía de subir solos. El hombre intentaba por todos los medios relatar lo que había vivido, pero en cierto punto sus palabras siempre parecían perderse del objetivo final.

La leyenda superó cualquier límite imaginable y en poco tiempo, aquel camino de 7 minutos era visitado por cientos de personas de todo el mundo en búsqueda de algo que nadie sabía con exactitud que era. A veces la cantidad máxima de pasajeros era ampliamente superada. Obviamente no todos se conocían, pero la situación parecía cambiar cuando todos bajaban la estación siguiente. Muchos de los que antes eran desconocidos, parecían haber ganado una confianza inexplicable y a su vez, se veía una extraña sensación de odio real hacia otros. Varios especialistas y científicos se instalaron en ambas estaciones para registrar los cambios en las personas que lo tomaban. La incertidumbre que generaba encontrar cambios tan relevantes en las actitudes era cada vez mayor. Muchos incluso parecían otra persona a la que había subido 7 minutos atrás.

Algunos bajaban con una seguridad y confianza desconocida, como si hubieran vencido sus propios miedos. Se intentó analizar a ese grupo de personas que afirmaba “yo no lo tengo miedo a nada”. Él les demostró a que le temían. Otros llegaban a la estación y lo veían pasar, pero el único miedo era subirse. Una vez que lo vencían, eran los que más cambiados bajaban afirmando ¿Porqué no me subí antes?

Comenzaron a escucharse relatos sobre cosas tangibles y otras abstractas. Como que cada uno intentaba explicar lo que había vivido, pero todos sabían que no podrían hacer comprender a los demás donde había viajado su mente. Un día a alguien se le ocurrió repetir el viaje. Afirmaba que quería volver a experimentar algo similar, pero de otra manera. Muchos lo siguieron, pero ninguno pudo repetir esa primera sensación. Un escaso grupo de personas parecía recibir una segunda oportunidad, aunque con otros factores en juego.  

Nadie sabe la antigüedad real acerca de la leyenda. Después de innumerables viajes, cesaron sus actividades porque todos querían volver a subirse. Así, comenzó a hacerse confuso el lugar donde poder tomarlo. No pasaba ya para todos como antes, sino que solo unos afortunados podían alcanzarlo. Otros solo tenían la suerte de encontrarlo sin buscarlo. A alguien se le ocurrió ponerle un nombre porque ningún mito vive en el tiempo sin una forma de identificarlo. Como algunos lo veían, otros se esforzaban por hallarlo y algunos sufrían por no encontrarlo, decidió llamarlo de una manera que intentará reflejar un misterio pero a su vez una posible verdad. Así nació la leyenda del tren que solo pasa una vez o quizás hasta dos para cada persona en este mundo. La leyenda del tren fantasma. 

martes, 18 de septiembre de 2012

El poder de los recuerdos en un nuevo año



Hay ciertas fechas que año tras año cuando llegan, vienen acompañadas de eso que alguien decidió definir como recuerdos. Es extraño pensar como una simple palabra tiene la capacidad para guardar tanto; un poder que difícilmente podría definirse aunque lo intentáramos. Quizás es comparable a la sensación de cuando nos quedamos mirando una foto. Viajamos dentro de nuestra mente hacia aquel recuerdo y sonreímos. Digo sonreímos porque supuestamente no existen fotos de los momentos negativos, como si no existieran las cámaras o el evitar crear una imagen sin movimiento, borraría una situación que no se quiere guardar. Más allá de todo eso, el recuerdo está ahí. Algunos más presentes, más fáciles de buscar, latentes como si hubieran sido ayer. Otros más complejos, difíciles de encontrar en la memoria. 


Dos de los días que están llenos de esos recuerdos para mí, son Rosh Hashana y Kipur. El año nuevo judío y el día del perdón, para quien no los conoce. Son dos momentos donde uno reflexiona  aún más, mira hacia dentro y a su alrededor, disfruta de su familia y las personas con las cuales elige crear esos recuerdos, guardar esas fotos y llenar un poco más la mente de esos pequeños instantes de felicidad.

Hace ya 9 y 6 años respectivamente que dos de las personas que más lograron marcarme en mi vida, no pueden estar en la creación de esos recuerdos en el medio de estos festejos. La explicación es por eso que se llama vida o algo así, que como todo tiene su propio final. 

Lo que llama mi atención y fue el motivo por el cual me salieron estas palabras es como aquellos recuerdos de cuando si estaban, tienen tanto de ese poder que aun perduran en el tiempo. Quizás es por la manera  en que ciertas personas nos dejan una diferencia tan grande y fuerte que no tenemos que esforzarnos por volver a disfrutar esos mismos recuerdos. Aparecen solos.


Esas dos personas a las que me refiero son mis abuelos maternos, Sara y Ruben, la Babe y el Zeide. Donde quiera que estén, sepan que el ejemplo que nos dejaron tanto a mí como a toda la familia que formaron, es de esos que ya no se ven seguido en este presente. Y en estas fechas, lo siento mucho más. Esos ejemplos de vida que nos definen como personas y nos hacen darnos cuenta  de lo que importó ayer, importa hoy e importará mañana. Hace bien saber que esas imágenes se crearon para quedar ahí. Solo es cuestión de querer recodarlas para sentirlas de nuevo, en fechas como esta donde los recuerdos se mezclan y nos hacen saber que siguen estando ahí. 

Por un año lleno de felicidad, nuevos proyectos y más que nada, muchos sueños cumplidos.

Shaná Tová Umetuká


martes, 11 de septiembre de 2012

El mundo desde otro lado




Hoy leí una frase de Aldous Huxley, autor del conocido libro "Un mundo feliz", y me resultó como disparador para escribir un pequeño dialogo entre dos voces (quien sabe si serán personas o alguna otra especie y quien sabe donde ocurre esto)  con respecto a ese tema. Creemos ciertas cosas porque solo nos dijeron que son así, cuando en realidad no tenemos con que compararlas. Quizás esta última oración define exactamente el camino hacia donde vamos o mejor dicho, donde estamos.   


- Lindo día hoy.

- Si, menos mal que se fue el sol y ese cielo celeste que resulta nostálgico para muchos.

- A algunos les gusta, que se yo… cada uno sabe lo que quiere. ¿A qué hora entrás a trabajar?

- Todavía tengo media hora para volver a la oficina al aire libre. Menos mal que está la ley que prohíbe trabajar en lugares cerrados.

 - ¿Nunca tuviste esa pesadilla  donde el aire está tan contaminado por que abusaron de él?

- Eso no es una pesadilla. Es un capitulo de ese libro que define en palabras la leyenda, ¿no? El que tanto me recomendaste que lo terminé leyendo.

- Si. Ya lo leí demasiadas veces. Es una locura y espero que no sea real, porque es demasiado. 

- Hay que perder la cordura para imaginar algo así. Es completamente impensado.

- Las leyendas son ciertas. ¿O pensás que ese lugar no existe?

- Hay un capitulo que cuenta como se matan y roban entre ellos. Son egoístas, siempre terminan pensando en sí mismos.  

- Entre otros, porque si nos ponemos a hablar con detalle prácticamente todo el libro detalla de manera muy precisa ciertas situaciones. Peor es el que define cuando eligen un representante político y después termina riéndose en la cara de toda la población.

- Si… debe ser uno de los peores escenarios a pesar de que ahí lo comenta como normal. Me parece muy poco inteligente aceptar algo así y tomarlo como esa normalidad. El capitulo que explica como son esclavos del sistema es muy fuerte.

- Lo es. Es uno de los que más llama mi atención. Se dejan explotar por otras personas y la excusa solo es recibir un papel de color con números con el que después no pueden hacer prácticamente nada.

- Trabajan mucho más de lo que dedican tiempo a decisiones para ellos mismos. Dejan pasar horas y horas en situaciones sin sentido, perdiendo oportunidades para crecer y ser felices.

- No tiene explicación. Es como no tener salida o como tener todo para disfrutar de algo, pero no hacerlo. ¿Por qué motivo válido dejarías de hacer algo que te impide alcanzar esa felicidad por algo que te genera malestar y te aleja de tus sueños personales?  

- Con eso dijiste todo. Yo lo interpreto como lo contrario a la libertad. Por eso comparto el título del capitulo haciendo referencia a la esclavitud.  

- Pero hay protestas en todo el mundo. Al menos lo contradice con eso.

- ¿Quién se perjudica? Después lo explica. Terminan complicándose ellos mismos, mientras que solo unos pocos se llenan los bolsillos y sonríen. Es una forma de generar falsas esperanzas. A todo eso, le agregan adicciones como eso que llama “cigarrillo” en una parte del libro. Afirma que aún sabiendo lo que genera, lo siguen consumiendo. Da muchísimos ejemplos similares. ¿Por qué ser tan ingenuos?

- Es lógico igual. Quizás los que ya no pueden dejarlo, saben que están condenados y con eso lo justifican.  ¿Te imaginas si algo así fuera real?

- No, ni siquiera puedo pensarlo. Además por eso es el intento de definir ese otro lado. Después de entenderlo, es claro porque nadie quiere terminar en él y todos nosotros lo usamos como extremo. Te vas al cielo o ahí cuando te llega la hora de partir, si es que algo de eso es real. Deberían prohibir la lectura de ese libro hasta cierta edad.  

- Intento pensar en las personas que ya están atrapadas para siempre en aquel lugar. No todos pueden merecer algo así.

-La vida no es justa. Muchos caen en lugares donde no pertenecen y deben adaptarse para sobrevivir. Los llama locos. 

- Que triste cerrar la mente de esa manera y limitar todo lo que pudieran conseguir con solo ampliar la forma de pensar y mirar las cosas desde otro punto de vista. El mundo desde otro lado. 

- Es su mundo. No tienen salida. No tenemos que terminar como ellos. Son un buen ejemplo de todo lo que hay que evitar para sobrevivir. Quizás algunos de esos locos puedan representar algo para imitar por intentar pelear por lo que quieren, pero son muy pocos entre tantos y no alcanza para hacer una diferencia. Ellos mismos terminaron condenándose y creando lo que nosotros convertimos en esa leyenda que llamamos infierno.    

lunes, 3 de septiembre de 2012

La complejidad de los lunes



Los lunes son difíciles. La mente intenta buscar puntos positivos que ayuden a arrancar las primeras horas del día. El cielo aparece de color celeste con apenas algunas nubes pintadas en él y el sol ilumina mi cara cuando salgo del edificio. Prendo el Ipod para musicalizar las cuadras hasta la parada del colectivo. Momento clave. Recorro la lista de temas y elijo Las pastillas del Abuelo. Ese instante donde decidís para vos mismo: “quiero escuchar esto hoy”. 

Se nota en el aire que es lunes. Cruzo el puente sobre la estación Villa del Parque y miro hacia un costado en dirección al tren que siempre pasa por debajo mío. Cuando era chico pedía un deseo si iba en auto y un tren justo pasaba por un puente. Al revés no creo que funcione porque sino todos buscarían el momento exacto donde pedir ese deseo y la magia quedaría de lado. El kiosco donde cargo la  tarjeta para viajar en colectivo tiene un cartel improvisado con marcador indeleble: “No funciona la carga virtual y la SUBE”. Sonrío, pensando que aquellas cosas son típicas de un lunes. No pasan otro día de la semana. Tienen que pasar hoy. Camino los pocos pasos que me separan de la fila de gente esperando, mientras saco $2 de la billetera para comprar el boleto por $1,25 antes de subir. “Si tenés la tarjeta, te puedo cobrar el mismo precio en monedas”, dice el vendedor de boletos. 

La fila es larga. Decido dejar pasar un primer colectivo y subirme al segundo. Me acomodo en uno de los asientos individuales del lado izquierdo, de esa forma  el sol acompaña todo el viaje. Abro un poco la ventana y guardo la bufanda en la mochila. El colectivo comienza su camino mientras yo saco mi cuaderno para disfrutar del viaje a mi manera. La historia de mi próxima novela está dividida en piezas dentro de mi cabeza. El factor tiempo me está complicando volcarla en palabras. Por ahora, el tema viene muy lento por eso que se llama responsabilidades en este mundo injusto donde vivimos. 

Me salen un par de frases aisladas que escribo en una de las primeras hojas del cuaderno. Juego un poco con esas palabras y me doy cuenta que repetí muchas veces el término abstracción. Quizás es un mensaje de esos que salen sin darse cuenta. Si nos ponemos a pensar en una definición de lo abstracto, siempre va a quedar algún punto para agregar. Al fin y al cabo nos vemos rodeados por esas cosas que terminan siendo claves en nuestras vidas. Vuelvo a pensar que es lunes. Me queda mitad de viaje aún antes de entrar a un lugar donde siento que la creatividad desaparece y las horas parecen medirse con un reloj de arena. Un espacio donde los sueños parecen destruirse con el correr de los días. Me concentro en una nueva hoja del cuaderno para continuar con mi novela. Avanzar con escasos pasos es mejor que no avanzar. Me surge una gran idea para desarrollar. Como siempre cuando eso me pasa, levanto la vista y veo la intersección de Pueyrredón y Corrientes, el momento de guardar en la mochila las ideas, poner en pausa la mente y cumplir con esa parte de la vida donde lo que queremos hacer no existe porque es vencido por lo que tenemos que hacer. 

Me bajo del colectivo y disfruto del sol en la corta cuadra que me separa de la pesada puerta del edificio de oficinas. Mientras subo en el ascensor hasta el quinto piso, me pregunto cuál es la razón por la que decidimos pausar nuestros sueños desperdiciando tanto tiempo de la única vida que tenemos.  ¿Quién definió que esto es lo normal? Prefiero pertenecer a ese ínfimo grupo de locos que se plantean preguntas sobre la realidad que aquellos que solo asienten y viven en automático.  

El clic del antiguo ascensor al llegar a su destino me vuelve a transportar al lugar, pero no estoy ahí. Mi mente está cómodamente en su mundo paralelo, confiada  en vencer a una realidad  que lo único que está logrando es aumentar el número de sus victimas.  Se abre la puerta y sonrío sarcásticamente,  pensando que aún me mantengo vivo buscando pintar esa escala de grises que define aquel mundo frente a la complejidad de los lunes.

martes, 28 de agosto de 2012

Déjà vu

Le preguntaron varias veces si era capaz de hacerlo. Él siempre afirmó que no sería un problema, aún sabiendo que la realidad posterior a una acción como esa provocaría una larga lista de consecuencias. Igual ya no importaba, había llegado el momento. Lo tenía enfrente y mantenía la solución firme entre sus dedos. Sintió el frío repentino al mirarlo fijamente. Ojos perplejos, resignados a lo que estaba por ocurrir. El clima era tenso, bajo un poderoso silencio. El ruido de la puerta principal de la casa aceleró su decisión. A lo lejos escuchó su nombre. Si ella entraba, intentaría evitar por todos los medios lo que estaba por hacer. Levantó la vista y volvió a encontrarse con él. Con uno solo sería suficiente. Sintió la necesidad de tocar la alfombra donde se encontraba, pero con sus pies descalzos. Tenía esa sensación de haber vivido aquella situación, como eso que llaman Deja vu. Esa incógnita acerca de si realmente pasó o solo es un conjunto de imágenes creadas por la peligrosa mente. Volvió a escuchar su nombre mientras ella abría la puerta.  La apoyó en su cabeza y el rostro de su victima además del de la mujer que acababa de llegar, se pintaron de rojo. En el medio del llanto arrodillada en el suelo y sabiendo que ya nada sería igual, pensó que la mancha del espejo sería imposible de limpiar.  

jueves, 16 de agosto de 2012

La flor dorada de Don Garrone


La situación era complicada. Todos los días después del colegio nos juntábamos en el patio de Pablo para encontrar esa valentía que nos faltaba. Una de las maderas de la cerca que separaba su casa con la de Don Garrone nos permitía entrar a ese mundo de incertidumbre buscando la gloria. Juan, Pablo y yo luchábamos por superar nuestros miedos. Con nuestros once años, intentábamos crecer con cada expedición que llevábamos adelante. Los tres aspirábamos a lo máximo. En el estudio de Don Garrone, sobre una mesa de cristal, la leyenda contaba que guardaba una flor dorada haciendo honor al amor de su vida. La única mujer que lo había hecho feliz, pero que a su vez había dejado un vació en su corazón imposible de llenar después de un extraño episodio en el pueblo que terminó con su vida. Desde aquel día, todo pareció perder color y su casa lo demostraba. Su jardín, completamente olvidado, ya parecía una jungla amazónica. Cruzarlo requería mucha destreza. Los peligros acechaban de todas las formas, pero pasar  aquel espació de pasto era solo el comienzo. Entrar en la casa implicaba evitar a Sado. La feroz mascota que custodiaba los dominios de Don Garrone. Una vez dentro, no cruzarse a su madre. Una mujer indefensa, pero cuya imagen emitía terror. Su rostro desfigurado por los años, la convertía en una actriz perfecta de cualquiera de esas películas de miedo.  Obviamente cada intrusión en la casa, era arriesgarse a cruzarse a Don Garrone que parecía ser lo más normal de toda la situación.

Solo una vez había alcanzado el estudio en el primer piso, pero Sado estaba ahí y me obligó a correr. Hoy sentía algo diferente. Pablo y Juan con solo escuchar los ladridos a veces ni querían intentarlo. Pero yo no. Nada me detenía para obtener  esa flor. La necesitaba. Era una cuestión de dar un paso hacía otra etapa.
Crucé el pequeño espacio de la madera rota y mis ojos se encontraron ante el imponente jardín. Mis pies recorrieron el pasto, esquivando pozos, plantas peligrosas y  ratas que cruzaban sin detenerse. Cuando subí los 2 escalones hacía la entrada, Sado me vio al aparecer por uno de los costados del jardín.  Me apresuré a la puerta, que siempre estaba abierta, y la cerré tras entrar. Los ladridos de Sado desaparecieron en pocos segundos.  Sin perder más tiempo y sin emitir sonido alguno, comencé a subir las escaleras. Estaba a pocos metros de la puerta del estudio, pero antes me asomé a otra habitación. La madre de Don Garrone miraba una de sus telenovelas y el alto volumen jugaba a mi favor. Era imposible que me escuchase. Por segunda vez en mi vida alcancé el lugar. Me frené ante ella. La flor dorada estaba ahí. Era real. Mis manos la sostuvieron unos instantes, pero cuando estuve a punto de guardarla en uno de mis bolsillos, escuché los pasos. Él se aproximaba. La deje en su lugar y me escondí debajo de la cama. Don Garrone entró pesadamente en el estudio. Apenas podía ver sus pies. Llevaba unas botas negras, gastadas por su uso cotidiano. No lograba verlo, pero si podía escucharlo. Noté que se frenó ante la flor.  Una foto pareció escurrirse de sus manos y cayó casi a mi lado. Mis ojos alcanzaron a verla claramente. Era él abrazando a quien seguramente fue su amor. Una de sus manos buscó la foto debajo de la cama. Contuve la respiración y tuve que moverme unos centímetros para evitar ser alcanzado por sus dedos. Una vez  que la encontró, comenzó a balbucear unas palabras.

 “Otro día más de aquel instante que te tocó irte. Sostuviste esta misma flor entre tus manos, Ojala… “ La voz pareció quebrarse y dos lágrimas cayeron sobre la alfombra.  
Escuché como dejaba la flor en su lugar y salía del estudio. Apenas cerró otra puerta,  deje mi escondite para volver a quedar frente a mi aspiración desde hacía años. Sin embargo, algo había cambiado. La sensación era muy extraña y era capaz de explicarla, pero estaba ahí. En ese momento, mi mente se dio  cuenta que ya no necesitaba la flor. Sin aguardar otro segundo, retomé mi camino. Corrí todo el jardín para que Sado no me alcanzara. Juan y Pablo me esperaban del otro lado.

- ¿Y? ¿Llegaste? – preguntó Juan, ansioso.
-Casi. La tuve en mis manos. La flor dorada de Don Garrone es real. Está en su estudio antes que me pregunten. La leyenda es cierta.

Los dos me miraron sin entender, se rieron durante un instante antes de subir a sus bicicletas y alejarse. Sentía que había sido mi última expedición. Lo que parecía un miedo imposible de enfrentar, se había convertido en una sensación de tranquilidad. Como el escritor al enfrentarse a una hoja en blanco o el pintor al encontrar los colores para su obra. Su mente había cambiado el curso, como consecuencia de las cortas palabras de aquel hombre y tener entre sus manos aquella reliquia cuyo poder era tal que podía guardar recuerdos. La flor dorada de Don Garrone.


lunes, 6 de agosto de 2012

Esperando el 24 con paro de subtes


Mientras me aproximaba a la parada del colectivo, mi mente comenzaba a imaginarse la fila que se venía. La mañana ya no era normal y la noticia cambiaba muchas rutinas en un lunes pintado de manera otoñal en pleno invierno. Los colectivos parecían no salir de la terminal y encontrar un espacio para subir a uno de ellos se había convertido en una tarea compleja. Llegué al final y saqué mi cuaderno para ocupar la espera en lo que más disfruto hacer. Las miradas de las personas que recorrían la cola en sentido contrario buscando el final de la misma, iban cambiando a medida que avanzaban. A metros de la parada, la espera para viajar en tren era similar. 
- ¿Hay paro de trenes? - preguntó una señora de unos 50 años mientras pasaba. 
- No, de subtes - le respondió una mujer abrigadísima delante mío, casi como lista para que nevara - Pero la cola para sacar el boleto para el tren es aún más larga que esta. Me impactó y dije viajo en colectivo. 
La señora negó con la cabeza en forma de resignación y siguió su camino hasta la estación. 
- Yo espero 20 colectivos si es necesario, pero viajo sentado - afirmó un hombre de campera roja por delante de la señora abrigada - No es mi culpa que haya paro. Tengo dolor de espalda. 
- Obvio - le respondió ella, incentivando su idea.
El reloj continuaba avanzando, los colectivos apenas salían y lo hacían  de manera esporádica estando algunos vacíos para comenzar su viaje desde la parada dos.
-  ¿Que le espera a la gente de varias paradas más adelante? - preguntó uno más atrás de mi lugar.
Recibió su respuesta segundos después, cuando otro colectivo vacío se alejaba de la terminal. 
La gente ya optaba por hacer una doble fila a un costado de la original, para no alejarse de la parada y subirse como sea necesario. A un costado de la cola, ya abría la peluquería de la esquina. Eso implicaba que la hora había pasado otro límite. Nunca llegaba a ver cuando su dueña, de extraño peinado, pedía permiso para abrir las puertas.  
Tras casi 50 largos minutos, llegó el momento de subirse al colectivo. La lista de música que terminaba siempre llegando casi a mi destino, ya había alcanzado su final. Una señora  intentó colarse en la fila principal, metiendo una diagonal como si fuera un delantero por afuera, ese "wing" como se le decía antes en el fútbol. 
- Tengo que ir a trabajar - acusó con voz de tener razón, llevándose miradas asesinas de la gente a su alrededor. Algunos sonrieron como si no fuera obvio que todos estábamos haciendo lo mismo. 
Me senté en el fondo del 24, terminé de escribir estas mismas palabras y me di cuenta que el día recién había empezado. Una mujer subió en la parada siguiente y tras esquivar gente, llegó hasta el fondo. Chocó su mochila con otra mujer, de menor estatura, y cuando esta se dio vuelta, la reciente pasajera le respondió:
- Disculpa, es que hay paro de subtes. 
  

sábado, 4 de agosto de 2012

Tren, subte o colectivo


Decidió analizar las posibles consecuencias para llevar adelante la solución. Tras una noche de sueño profundo después de haber encontrado aquella salida, musicalizó el momento que vivía con sus auriculares y enfrentó un cielo pintado de gris. Sus ojos lo encontraron sin problemas caminando las cuadras que lo separaban de un puente que permitía observar a trenes pasar por debajo del mismo. Se frenó varios segundos al notar que se aproximaba uno a toda velocidad. El grupo de personas que aguardaban su llegada comenzó a amontonarse. La lluvia llegó acompañada de algunos paraguas, que muchos no cerraban hasta el instante justo antes de subir al tren. Desde la otra dirección, pasó uno a toda velocidad sin frenar. Quizás sería más efectivo contar con ese. Pensó que con un simple y preciso movimiento, su idea era viable. 
Lo siguió en su camino hacia una avenida de constante transito. La parada del colectivo ya tenía una larga cola de espera. Varias líneas pasaban a escasos centímetros del cordón de la vereda. Quizás el paso sería incluso más sencillo.
Algunas horas más tarde, bajó tras él en las escaleras que lo separaban del subte. A lo lejos, notó que la luz se aproximaba cada vez más. Miró la línea amarilla del piso y a quienes esperaban para subir. El paso era aún más fácil y efectivo, pero implicaba pagar para alcanzar esa opción. No tenía sentido.
Retornó a la calle, en lo que era una oscura noche. Mientras avanzaba, su mente intentaba decidir cual de las tres variantes sería la más precisa. Quizás encontraba otra, pero tenía que actuar de inmediato, no podía dejar pasar más tiempo. Llegó a su casa, dejó sus cosas y se sentó frente al lugar que más visitaba de su departamento. Él lo estaba esperando, a pesar de no saber que lo había seguido todo el día. Tras varios segundos donde cruzaron sus miradas en silencio, lo rompió con una frase.
- Sabía que estarías ahí sentado. Basta de todo esto - gritó las últimas palabras. Se alejó hacia la cocina para hacerse algo de comer. Se recostó, algún tiempo después.
Al día siguiente, pasado el mediodía, el departamento se llenó de repente. El sonido de la ambulancia invadió el edificio. Una vecina afirmaba ante un agente de policía que lo había escuchado hablar con alguien. La puerta no estaba forzada, la hermana al no recibir respuesta, había decidido ir a visitarlo.  Lo encontraron cómodamente en su cama, ya sin vida. En la cocina, se hallaron extrañas especias en la comida.
- Si no entró nadie y él siempre se cocina - La hermana hablaba  intentando buscar alguna explicación. Alcanzó a escuchar como uno de los hombres le susurraba algo al oído a otro:
"Siempre hace el mismo trayecto durante sus días: cruza un puente en la estación del tren, se toma un colectivo y vuelve en subte. Lo encontramos en una de las cámaras cuando regresaba. Estaba hablando solo"
Ya no tuvo necesidad de seguir escuchando. Se acercó al bañó, cerró la puerta y se miró fijamente en él. Su hermano se había dejado vencer por aquel peligroso reflejo. En una de las esquinas del cristal, notó que había algo escrito en blanco. Lo que siempre afirmaba que se cruzaba por su mente como salida a la amenaza del espejo, pero que no fue capaz de llevarlo adelante: ¿Tren, subte o colectivo?

jueves, 2 de agosto de 2012

Una cita con el destino


Apenas me había sacado un par de segundos de diferencia, pero parecían un abismo en distancia. Mis pies aumentaban la velocidad mientras recorrían el laberinto que él dejaba atrás tan fácilmente. Mis esfuerzos resultaban en vano ante semejante rival. Las calles mostraban un continuo movimiento de autos en un ida y vuelta sin cesar. Mis ojos lo vieron en una esquina hablando algunas palabras solo con las personas que lo chocaban al caminar. Algunos simplemente no se daban cuenta y se encontraban cara a cara con él, otros parecían decididos a buscarlo. No podía escuchar las frases que pronunciaba, pero si notar que eran cortas y concisas. Las expresiones en los receptores mostraban una diversidad de sensaciones que flotaban en el aire. Una sonrisa demostraba felicidad en ciertos casos, otros indiferencia y la mayoría se veía atrapado por una pesada incertidumbre. Como si aquel instante en ese preciso lugar, aquel extraño fuera un antes y un después en sus vidas. Fue en ese momento, bajo algunos rayos de sol que iluminaron mi rostro, que noté el freno absoluto en su andar. ¿Me estaría esperando? Decidí acercarme. La ansiedad y el sin fin de pensamientos ante lo que estaba por descubrir se hacía difícil de manejar. Él estaba de espaldas cuando llegue a su posición. ¿Qué debería preguntarle? ¿Tendría realmente el poder de con simples palabras marcar una vida para siempre o solo era un mito? Intentó darse vuelta para observarme, pero pareció cambiar de opinión. Lentamente, comenzó a alejarse. Sin pensarlo dos veces, cambie mi actitud de espera y aceleré el paso hasta cruzarlo y encontrarlo de frente. Él no me detuvo, sino que asintió con su cabeza, aceptando mi reciente decisión. Cuando mis ojos realmente lo vieron, mi sensación no fue de sorpresa: hacía mucho que lo estaba buscando; tanto que parecía un conocido de siempre. Levantó una de sus manos haciendo el  gesto anterior a pronunciar sus palabras, pero llegó acompañado de un estruendoso ruido que oscureció el  cielo. En ese momento, cuando volví a abrir mis ojos, tardé unos segundos en comprender la situación. Apagué el despertador, sonreí de esa manera rara cuando nos damos cuenta de algo y acepté en mi mente que no necesitaba de aquel sueño. Me levanté de la cama dispuesto a crear mi propio destino.

jueves, 19 de julio de 2012

Los cinco sentidos del egoísmo


Ya no podía volver el tiempo atrás. Ese factor único que no deja de moverse desde que tenemos uso de razón hasta que llegamos al final del camino. La habitación de paredes blancas parecía haber sido redecorada por un artista plástico con agua y marcas al azar. El suelo apenas se veía tras la situación que hacía solo unos minutos se había vivido en aquel lugar. Hubiera perdido el equilibrio de haber estado de pie, pero se encontraba sentado con las piernas cruzadas en una esquina de la habitación, como en un estado zen. Sus ojos recorrieron  la escena: 2 miradas sin destino yacían a su lado. Se preguntó cómo había podido pasar algo así. Estaba cansado, le costaba respirar y se dio cuenta que estaba entrando en ese momento previo a perder el conocimiento.  Cuando logró enfocar su visión nuevamente, levantó como pudo a aquellos dos cuerpos y notó que alguien se acercaba desde el otro extremo de la habitación. Un repentino temblor hizo que prestará atención a lo que estaba pasando. Una mujer intentaba alcanzarlo y parecía pronunciar algunas palabras. El hecho lo tomó por sorpresa, obligándolo a ponerse de pie. Costó, pero le permitió alejarse de ella. Seguía tratando de decirle algo, pero él se aferraba a esas dos miradas como si fueran la salida de lo que estaba viviendo a pesar de que no podían verlo. Le pareció escuchar un llanto de parte de la mujer. Fue en ese instante que comprendió cual era el objetivo que quería alcanzar y logró escuchar la voz desesperada de ella.
– ¿Donde estabas? Solo tenías que estar con ella.
Las lágrimas caían sobre otro cuerpo inmovil. Se tocó la nuca con una de sus manos y sintió frío entre sus dedos. Sus pies sintieron algo de agua en la alfombra, cerca de la pared donde había caído la pecera.  Logró caminar hasta donde estaban y asoció un olor inesperado con la muerte aún sin conocerla. Su boca se secó de repente y no pudo emitir palabras ante semejante impacto.  Parecía haber recuperado todos sus sentidos, pero el vacío que sentía ya estaba tallado en una piedra imaginaria dentro de su mente. Dio media vuelta y desapareció de la habitación. Segundos después, se escuchó el disparo. La mujer cambió de habitación y lo encontró en la silla del estudio con las dos muñecas de trapo de su hija a su lado. Sin poder explicar la sensación que la invadió de repente, tomó el arma, la llevó hasta su boca y no dudó.
Cuando abrió los ojos un par de segundos más tarde, dos policías y varias personas la rodeaban mirandola atentamente. Aún sostenía el arma en la misma posición. Antes que alguien emitiera alguna palabra, rompió el silencio con la primera frase que cruzó por su mente:
- Sabía que era un egoísta. Decidió usar la última bala. 

miércoles, 11 de julio de 2012

Ganas de matar


Sin conocer el verdadero motivo de aquella extraña sensación, tomé el cuchillo más afilado de mi colección, me abrigué con la primera campera que encontré y salí del departamento. Mientras esperaba el ascensor, apareció el del C con su aspecto de Bob Marley y su tono de voz de esta todo bien. Me dirigió la mirada y apenas asentí. Parecía tener una aureola de humo a su alrededor. Abrí la puerta y lo deje pasar. Quedó más cerca del espejo. Tenía 14 pisos, aproximadamente un minuto y medio para aprovechar el momento. Saqué el cuchillo y la primera puñalada fue en el estomago. Me miró, perplejo. La segunda fue en el hombro. La tercera arriba de la rodilla. Ya no podía mantenerse en pie. Ni siquiera tuvo oportunidad de pronunciar una palabra. El último toque fue su garganta. Mientras el piso se pintaba de rojo, noté que el número azul de la pantalla marcaba el quinto. Presioné el tres, frenó, me bajé del ascensor, apagué la luz del mismo y recorrí las escaleras hasta la puerta principal del edificio.  Cuando estuve a punto de salir, entró la señora del cuarto. Irritante como siempre, con esa voz ínfima quejándose por todo. Gritó sobre una mancha que no existía en el suelo, del clima, de los precios. Me cansó. Cuando el ascensor llegó y abrió sus puertas, utilice el cuchillo al menos unas diez oportunidades en su espalda. Su cuerpo cayó sobre Bob Marley y las puertas volvieron a cerrarse. Guardé el cuchillo y salí a caminar. El cielo gris acompañaba el momento, otra vez sin sol, algo de humedad penetrando mis huesos. Frené mi andar en una esquina, como consecuencia del semáforo en rojo. A mi lado, una nena de unos 5 años me miró fijamente durante algunos segundos que parecieron muy largos. Su mama, hablando por celular y  al parecer discutiendo con quien sea que estuviera del otro lado, ni siquiera había notado mi presencia. La nena pronunció apenas una oración con su dulce voz: “tenes algo rojo en la frente” Me toqué con una mano y apenas la miré, noté la sangre. Me limpié con la campera, le agradecí con una sonrisa a la adorable nena y continúe mi camino. Verifiqué que tenía limpia la cara utilizando  una vidriera como espejo. Entré al local del que siempre cobraba demás en arreglos electrónicos de lo que sea. Observé atentamente como le “robaba” en la cara a una señora de avanzada edad que dejaba el reloj de su esposo. “No, esto va a llevar tiempo y la pieza que necesita es bastante cara” La anciana asintió haciendo mención a que pagaría lo que sea por el valor sentimental de aquel reloj.  Cuando dejó el negocio, alcancé a escuchar al hombre mientras pronunciaba algunas palabras en dirección a otra puerta: “Marcos, veni a cambiarle las pilas a esto así ya queda listo” La típica, la avivada criolla como llaman todos. Me cansó. Le sonreí mientras le pedía cualquier accesorio de mostrador. Apenas metió la mano por debajo del vidrio, lo rompí con lo primero que encontré, saqué el cuchillo, lo clavé en el medio de su mano y con el siguiente movimiento, atravesé su garganta. Marcos parecía no haber escuchado nada. Me asomé por la puerta que daba a la parte de atrás del negocio y lo encontré en una pc escuchando con unos auriculares de último modelo. Claramente ni se había enterado de todo lo que acababa de pasar. Limpié mi cuchillo y salí del lugar. Caminé un rato por la plaza del barrio, intentando buscar algo de aire. Miré mi reloj. Ya tenía que viajar hacia la oficina. Al llegar, mis pies me arrastraron hacia el espacio que ocupaba el jefe de la empresa donde trabajaba. Ni siquiera esperé el saludo. Me sonrió con la falsedad que lo caracterizaba. Me cansó. Un solo movimiento del cuchillo hacía el corazón. Aguardé unos segundos ya que era una buena forma de verifcar que tenía uno realmente. Volví sobre mis pasos hasta la escalera del edificio y subí a la terraza. Sin dudarlo dos veces y sin mirar hacia abajo, me acomodé en la cornisa. Levanté uno de mis pies y simplemente me dejé caer. Cuando mi cabeza golpeó contra el asfalto, abrí mis ojos. Estaba en mi departamento con esa sensación anterior a tomar el cuchillo. Ahí me di cuenta que tenía ganas de matar. 

domingo, 8 de julio de 2012

Un mundo de libros


Tenía ganas de salir. A veces algunos rayos de sol alcanzaban su piel, pero esa sensación duraba solo durante los escasos momentos que vivía mirando el mundo a través de aquel vidrio, donde era expuesto. Se preguntaba cuando sería el día donde realmente pudiera conocerlo. Estaba rodeado de historias, pero no tenía la posibilidad de vivirlas.Apenas se escuchaban algunas líneas en relatos cortos de las personas que visitaban el espacio. Había días donde ni siquiera se movía de su lugar, en otros terminaba en un punto diferente al ser movido sin intención de elegirlo. En aquellas oportunidades, su mente se llenaba de alegría al imaginar que sería el día, pero cuando era regresado a su punto de origen, esa sensación se desvanecía. 
A veces llegaban nuevos compañeros que rápidamente saltaban al mundo exterior sin ningún esfuerzo. Se preguntaba el porqué, si su historia no tenía nada que contar. Con el correr del tiempo, llegaba el miedo de ser alejado y terminar en la oscuridad junto a otros que corrieron la misma suerte. 
Sin embargo, no fue necesario llegar a tal extremo. Con la sonrisa que demostró al verlo, ya le permitió pensar que había llegado el día. Sintió un escalofrío cuando ella lo levantó entre sus manos. Apenas segundos después, notó que no estaba siendo dejado nuevamente en su lugar, sino que se acercaba a "la caja", como la llamaban ellos.  Tras decretar su salida, ella abrió la puerta sosteniéndolo entre sus brazos y él sintió el aire fresco del mundo por primera vez.  
El espacio donde ella vivía le dio tranquilidad. La biblioteca parecía exprimir al máximo el espacio disponible. Prestó atención a quienes serían sus compañeros durante aquel tramo de su vida. Al otro día, ella lo guardó en su mochila y un rato más tarde, ambos sentían el cálido sol en la plaza del barrio. Disfruto cuando ella lo abrió nuevamente, está vez para comenzar a recorrer sus páginas. Así se repitió durante varios días, en diferentes lugares. Hasta que llegó el final. Ella lo cerró, sonriendo. Él se guardo aquella imagen en su memoria, sabiendo que había cumplido su objetivo, su historia escrita en aquellas hojas. 
El libro regresó a su biblioteca, esperando salir nuevamente para intentar transmitir esa única e increíble experiencia que abre las puertas a un mundo sin límites donde solo depende de la imaginación. Un mundo que al entender su significado, nos lleva a fronteras nunca antes conocidas. Un mundo de libros que se define con una simple palabra llamada lectura. ¿Qué estás esperando para leer un libro?

martes, 3 de julio de 2012

Falsa llamada


-Juan... ¿te podés apurar? ¡Tenemos que desaparecer antes que vuelva!
-¡Pará Manuel! No podemos equivocarnos. Sabes muy bien lo que nos puede pasar.
-¿Te volviste loco? La policía va a llegar en cualquier momento. ¿No viste la cara de la vieja de enfrente  cuando entramos al edificio? Se dio cuenta. Nos va a botonear.
-Que pendejo que sos ¿Para que agarraste este laburo?- se acerco hacia él-¡Contestame!-
-Necesito la guita y mi vieja esta enferma.
-¿Tu vieja? ¿Sabes lo que me importa tu vieja? ¿Queres irte? Anda. Dejame. Me da lo mismo.
Tras un silencio que pareció estirarse demasiado, respondió
-Esta bien. Me quedo, pero apurate en encontrar esos papeles y nos vamos.
Mientras Juan buscaba, Manuel caminaba por el lugar mostrando gestos de nerviosismo.
-Nene, ¿no podés quedarte quieto un segundo?- preguntó de manera impaciente.
Manuel no alcanzó a responder.  Perdió el equilibrio y cayó, golpeando duramente su cabeza con el suelo.
-¿Y ahora que tenés? ¡Manuel! ¡Decime algo! ¡Manuel!- se arrodilló a su lado esperando una respuesta.  Al tomarle el pulso, se dio cuenta que sus gritos eran en vano: ya había muerto. Revisó sus bolsillos y encontró al culpable.
-Le dije que tenia que dejarla, lo iba a terminar matando... ¿Y ahora donde lo meto?- Arrastró el cadáver hacia el armario y continuó su búsqueda.
-¡Acá están!- Gritó como si alguien más estuviera a su lado y escondió los papeles en un bolsillo de su campera. Caminó hasta la  puerta, recorrió  el lugar por ultima vez  con su mirada y cuando tomó el picaporte para escapar, alguien tocó el timbre. La expresión de Juan cambió por completo. Trató de calmarse antes de responder el llamado.
-¿Si? ¿Quien es?
-Claudia, la portera.
-¿Qué necesita?
-¿Sos vos Julián?- La mujer forcejeó para abrir la puerta, pero Juan presionaba desde adentro- ¿Qué pasa? ¿Quién esta ahí?
-Si Claudia. Tranquila. Soy Julián, pero estoy ocupado – intentó mostrar seguridad en las palabras, pero claramente no le salió como esperaba.  
-Necesito entrar- empujó la puerta y lo vio. Juan cerró y se interpuso entre la mujer y la única salida-¿Qué queres acá?- Dijo mientras agarraba el teléfono rojo, antiguo con ese cable parecido a los fideos.
-Deja eso donde estaba- sacó su arma y apuntó-¡No voy a repetirlo!
-Está bien, por favor...- El disparo pareció haber retumbado en todo el edificio. Juan reaccionó una milesima de segundo más tarde.
-Pero... ¿qué hice? – “¡La maté!” su mente no dejaba de repetirse aquellas palabras. Verificó si estaba con vida, pero la bala había atravesado el pecho. La sangre se esparció por el suelo, cubriendo una gran parte de él. Juan la levantó y la metió en el armario junto al cuerpo de Manuel. Limpió rápidamente las manchas de sangre con el primer trapo que encontró en el baño y volvió a revisar el lugar.  
“Voy preso por esto, de esta no me salvo...” El sonido del teléfono frenó sus pensamientos. Después de escucharlo sonar cuatro veces, se encendió el contestador:
“Ya sé que estas ahí. No me queres atender, me da lo mismo. ¿Te volviste loco? Si lo hubieras cuidado, lo tendría conmigo ahora. Y la pobre mujer, ¿era necesario?. Deberías haberlo pensado dos veces. No se lo merecía. En un minuto estoy en tu casa, esperame”
Juan se acercó a la ventana y miró hacia fuera. El auto de color gris oscuro estacionaba justo en la puerta del edificio. Un hombre bien vestido y aferrando un maletín en una de sus manos bajó a toda velocidad. Juan esperaba el sonido del portero eléctrico, pero el silencio afirmó que aquel visitante tenía llave. Miró en todas direcciones y no encontró otra salida. Se sintió ahogado.  La presión lo había superado. Apoyó el arma en su cabeza y cerró sus ojos. Al mismo tiempo que caía, el hombre con el maletín ingresaba en el departamento.
-¿Qué...?- Dos patrulleros frenaron en ese instante en la cuadra. Sin  salir de su asombro y aún con la puerta abierta del departamento, alcanzó a ver como varios agentes ingresaban al lugar. Uno de ellos se le acercó.
-¿Sabe algo de lo que pasó acá?
Tardó varios segundos en responder
-No, que se yo. Vivo acá con un amigo. Entré y el cuerpo ya estaba en el piso...
Un policía interrumpió la conversación.
-Hay dos cadáveres en el armario. Y un mensaje en el contestador
Apenas terminaron de escucharlo, el agente lo miró fijamente.
-¿Seguro que no sabes nada? Ese tipo del contestador sos vos...
-Si, pero no tiene nada que ver con esto. Yo me refería a mi perro que murió ayer por su culpa. Y  la mujer a la que hago referencia es Laura, a quien él dejo hace unos días-
Los agentes que se movían por el espacio se miraron desconcertados.
-Nos va a tener que acompañar...
-¡Si no tengo nada que ver! Ni siquiera conozco a estos hombres...
-El que usted vió en el suelo se suicidó, seguramente al escuchar sus palabras en el contestador. ¿No le parece que hubiera actuado de otra  manera si sabia todo eso que nos cuenta?
-¿Qué está diciendo? Es una gran confusión...
-Tiene razón. Va a venir con nosotros... – un policía lo esposó, y una vez en la calle una mano lo ayudó a bajar la cabeza para entrar en el auto.
El agente que se acomodó en el asiento del conductor miró a su compañero y luego al hombre del maletín. 
-Te hubieras inventado una idea un poco más inteligente...
-¡No! ¡No hice nada! ¡Soy inocente!
Mientras el patrullero se alejaba, dos mujeres entre la multitud negaban con la cabeza mientras comentaban la situación.   
- Parece que mataron a Claudia. Dos hombres entraron al segundo piso.
- Menos mal que no estabamos. Que inseguridad. Cada vez estamos peor. ¿En el departamento de Julián?
- Si. ¿Que racha, no? Pobre... no tiene idea lo que le espera cuando vuelva a su casa. Ayer gritando que se le moría el perro mientras su novia Laurita dejaba el departamento bañada en lágrimas.