jueves, 8 de noviembre de 2012

Ciudad en llamas


Calor de verano en primavera. Cortes simultáneos de luz en múltiples lugares céntricos y barriales.  La consecuencia inmediata de la falta de agua no se hace esperar. “Se mantiene la alerta amarilla”, frase repetida por noticieros de televisión y programas de radio,  poniéndole un color a la situación.  Miles de semáforos sin funcionar provocan un caos en el tráfico en una hora pico. La lucha por cruzar una calle por parte de los peatones se convierte en aquel momento donde la ansiedad de los conductores parece funcionar como quien decide el destino de una vida. Los subtes, alcanzados también por la falta de energía, dejan de funcionar.  Las personas atrapadas entre estaciones se ven obligadas a caminar sobre los rieles para llegar a la superficie. Los trenes suspenden su servicio. El cielo comienza a oscurecer, trayendo consigo protestas y reclamos. Las discusiones con chóferes de colectivos que no abren sus puertas aumenta la tensión.

La tolerancia y la paciencia pasar a ser las dos virtudes más escasas del momento. La complejidad e impotencia avalan la posibilidad de perder dichas virtudes. Llegan largas caminatas por reconocidas avenidas, buscando vencer al calor y alejarse del cemento ardiente de las zonas céntricas de la ciudad. La basura es parte del paisaje, sin servicio de recolección, perfuma la ciudad de manera única.

La suma de cada una de aquellas variables afirma aun más que vivimos en un lugar tan frágil como un simple jarrón de flores. De repente, si se llena de agua puede colapsar y en el intento de evitarlo, las flores ya pierden su sentido. El jarrón puede caerse al suelo en medio de esos vanos esfuerzos de arreglar la situación. Sin embargo, y por más intentos que se hagan después de caer tantas veces por los mismos problemas, ya no puede volverse atrás.

No es una película como Duro de Matar 4 en donde intentan colapsar una ciudad, o una serie como Revolution que intenta demostrar que pasaría si la energía eléctrica desapareciese por completo. La ciudad de Buenos Aires comparte esa imposibilidad de volver atrás como la analogía del jarrón. Una ola de calor  inesperada o una lluvia repentina de dos horas, nos demuestra la realidad con la cual  pasamos nuestras vidas. Somos presos de la energía, incapaces de anticipar situaciones que se repiten una y otra vez, demostrando la poca inteligencia para solucionarlas.

Estamos rozando un peligro límite. Una línea imaginaria  que nos obligará a retroceder en el tiempo. Jugamos con los extremos como si fuéramos capaces de manejarlos a gusto. Las consecuencias de un odio y enojo que crece sin detenerse, arden en una ciudad que ya no tiene arreglo. Una ciudad en llamas. 

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