Calor de
verano en primavera. Cortes simultáneos de luz en múltiples lugares céntricos y
barriales. La consecuencia inmediata de
la falta de agua no se hace esperar. “Se mantiene la alerta amarilla”, frase
repetida por noticieros de televisión y programas de radio, poniéndole un color a la situación. Miles de semáforos sin funcionar provocan un
caos en el tráfico en una hora pico. La lucha por cruzar una calle por parte de
los peatones se convierte en aquel momento donde la ansiedad de los conductores
parece funcionar como quien decide el destino de una vida. Los subtes,
alcanzados también por la falta de energía, dejan de funcionar. Las personas atrapadas entre estaciones se ven
obligadas a caminar sobre los rieles para llegar a la superficie. Los trenes
suspenden su servicio. El cielo comienza a oscurecer, trayendo consigo
protestas y reclamos. Las discusiones con chóferes de colectivos que no abren
sus puertas aumenta la tensión.
La
tolerancia y la paciencia pasar a ser las dos virtudes más escasas del momento.
La complejidad e impotencia avalan la posibilidad de perder dichas virtudes. Llegan
largas caminatas por reconocidas avenidas, buscando vencer al calor y alejarse
del cemento ardiente de las zonas céntricas de la ciudad. La basura es parte
del paisaje, sin servicio de recolección, perfuma la ciudad de manera única.
La suma
de cada una de aquellas variables afirma aun más que vivimos en un lugar tan
frágil como un simple jarrón de flores. De repente, si se llena de agua puede
colapsar y en el intento de evitarlo, las flores ya pierden su sentido. El
jarrón puede caerse al suelo en medio de esos vanos esfuerzos de arreglar la
situación. Sin embargo, y por más intentos que se hagan después de caer tantas
veces por los mismos problemas, ya no puede volverse atrás.
No es
una película como Duro de Matar 4 en donde intentan colapsar una ciudad, o una
serie como Revolution que intenta demostrar que pasaría si la energía eléctrica
desapareciese por completo. La ciudad de Buenos Aires comparte esa imposibilidad
de volver atrás como la analogía del jarrón. Una ola de calor inesperada o una lluvia repentina de dos
horas, nos demuestra la realidad con la cual
pasamos nuestras vidas. Somos presos de la energía, incapaces de anticipar
situaciones que se repiten una y otra vez, demostrando la poca inteligencia
para solucionarlas.
Estamos
rozando un peligro límite. Una línea imaginaria
que nos obligará a retroceder en el tiempo. Jugamos con los extremos
como si fuéramos capaces de manejarlos a gusto. Las consecuencias de un odio y
enojo que crece sin detenerse, arden en una ciudad que ya no tiene arreglo. Una
ciudad en llamas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario