miércoles, 11 de julio de 2012

Ganas de matar


Sin conocer el verdadero motivo de aquella extraña sensación, tomé el cuchillo más afilado de mi colección, me abrigué con la primera campera que encontré y salí del departamento. Mientras esperaba el ascensor, apareció el del C con su aspecto de Bob Marley y su tono de voz de esta todo bien. Me dirigió la mirada y apenas asentí. Parecía tener una aureola de humo a su alrededor. Abrí la puerta y lo deje pasar. Quedó más cerca del espejo. Tenía 14 pisos, aproximadamente un minuto y medio para aprovechar el momento. Saqué el cuchillo y la primera puñalada fue en el estomago. Me miró, perplejo. La segunda fue en el hombro. La tercera arriba de la rodilla. Ya no podía mantenerse en pie. Ni siquiera tuvo oportunidad de pronunciar una palabra. El último toque fue su garganta. Mientras el piso se pintaba de rojo, noté que el número azul de la pantalla marcaba el quinto. Presioné el tres, frenó, me bajé del ascensor, apagué la luz del mismo y recorrí las escaleras hasta la puerta principal del edificio.  Cuando estuve a punto de salir, entró la señora del cuarto. Irritante como siempre, con esa voz ínfima quejándose por todo. Gritó sobre una mancha que no existía en el suelo, del clima, de los precios. Me cansó. Cuando el ascensor llegó y abrió sus puertas, utilice el cuchillo al menos unas diez oportunidades en su espalda. Su cuerpo cayó sobre Bob Marley y las puertas volvieron a cerrarse. Guardé el cuchillo y salí a caminar. El cielo gris acompañaba el momento, otra vez sin sol, algo de humedad penetrando mis huesos. Frené mi andar en una esquina, como consecuencia del semáforo en rojo. A mi lado, una nena de unos 5 años me miró fijamente durante algunos segundos que parecieron muy largos. Su mama, hablando por celular y  al parecer discutiendo con quien sea que estuviera del otro lado, ni siquiera había notado mi presencia. La nena pronunció apenas una oración con su dulce voz: “tenes algo rojo en la frente” Me toqué con una mano y apenas la miré, noté la sangre. Me limpié con la campera, le agradecí con una sonrisa a la adorable nena y continúe mi camino. Verifiqué que tenía limpia la cara utilizando  una vidriera como espejo. Entré al local del que siempre cobraba demás en arreglos electrónicos de lo que sea. Observé atentamente como le “robaba” en la cara a una señora de avanzada edad que dejaba el reloj de su esposo. “No, esto va a llevar tiempo y la pieza que necesita es bastante cara” La anciana asintió haciendo mención a que pagaría lo que sea por el valor sentimental de aquel reloj.  Cuando dejó el negocio, alcancé a escuchar al hombre mientras pronunciaba algunas palabras en dirección a otra puerta: “Marcos, veni a cambiarle las pilas a esto así ya queda listo” La típica, la avivada criolla como llaman todos. Me cansó. Le sonreí mientras le pedía cualquier accesorio de mostrador. Apenas metió la mano por debajo del vidrio, lo rompí con lo primero que encontré, saqué el cuchillo, lo clavé en el medio de su mano y con el siguiente movimiento, atravesé su garganta. Marcos parecía no haber escuchado nada. Me asomé por la puerta que daba a la parte de atrás del negocio y lo encontré en una pc escuchando con unos auriculares de último modelo. Claramente ni se había enterado de todo lo que acababa de pasar. Limpié mi cuchillo y salí del lugar. Caminé un rato por la plaza del barrio, intentando buscar algo de aire. Miré mi reloj. Ya tenía que viajar hacia la oficina. Al llegar, mis pies me arrastraron hacia el espacio que ocupaba el jefe de la empresa donde trabajaba. Ni siquiera esperé el saludo. Me sonrió con la falsedad que lo caracterizaba. Me cansó. Un solo movimiento del cuchillo hacía el corazón. Aguardé unos segundos ya que era una buena forma de verifcar que tenía uno realmente. Volví sobre mis pasos hasta la escalera del edificio y subí a la terraza. Sin dudarlo dos veces y sin mirar hacia abajo, me acomodé en la cornisa. Levanté uno de mis pies y simplemente me dejé caer. Cuando mi cabeza golpeó contra el asfalto, abrí mis ojos. Estaba en mi departamento con esa sensación anterior a tomar el cuchillo. Ahí me di cuenta que tenía ganas de matar. 

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