Había una vez en un pequeño pueblo en las
afueras de una ciudad cuyo nombre se desconoce, una leyenda que a fuerza de
palabras y consecuencias terminó expandiéndose por todo el mundo. Lo que
comenzó con algunos comentarios aislados de unos cuantos se convirtió en un
mito obligado de vivir al menos una vez antes de morir.
Nadie sabe cómo ni cuándo empezó el efecto.
Un hombre recorrió el trayecto que tiene al pueblo en el medio y tras bajar en
la siguiente estación, su rostro estaba diferente. Se lo veía renovado, como si
aquellos escasos 7 minutos que duraba el viaje implicaran una línea temporal distinta
en otro mundo. Un concepto de otro nivel en
el manejo del factor tiempo. Tras varios chequeos médicos y un
prologando periodo de análisis, recibió
el alta a pesar de nunca haber estado enfermo. Unos pocos vivieron el instante
en el cual bajo y expresó lo que había experimentado.
Cuando la historia se dio a conocer, varios
comenzaron a repetir el trayecto intentando comprender y vivir en su cuerpo y
mente aquella leyenda. Al desconocer las consecuencias, la mayoría lo llevaba
adelante acompañado. Se subían con el deseo de compartir una sensación que ni
siquiera sabían cómo era. Algunos más arriesgados optaban por la valentía de subir
solos. El hombre intentaba por todos los medios relatar lo que había vivido,
pero en cierto punto sus palabras siempre parecían perderse del objetivo final.
La leyenda superó cualquier límite imaginable
y en poco tiempo, aquel camino de 7 minutos era visitado por cientos de
personas de todo el mundo en búsqueda de algo que nadie sabía con exactitud que
era. A veces la cantidad máxima de pasajeros era ampliamente superada.
Obviamente no todos se conocían, pero la situación parecía cambiar cuando todos
bajaban la estación siguiente. Muchos de los que antes eran desconocidos,
parecían haber ganado una confianza inexplicable y a su vez, se veía una
extraña sensación de odio real hacia otros. Varios especialistas y científicos se
instalaron en ambas estaciones para registrar los cambios en las personas que
lo tomaban. La incertidumbre que generaba encontrar cambios tan relevantes en
las actitudes era cada vez mayor. Muchos incluso parecían otra persona a la que
había subido 7 minutos atrás.
Algunos bajaban con una seguridad y confianza
desconocida, como si hubieran vencido sus propios miedos. Se intentó analizar
a ese grupo de personas que afirmaba “yo no lo tengo miedo a nada”. Él les demostró
a que le temían. Otros llegaban a la estación y lo veían pasar, pero el único
miedo era subirse. Una vez que lo vencían, eran los que más cambiados bajaban
afirmando ¿Porqué no me subí antes?
Comenzaron a escucharse relatos sobre cosas
tangibles y otras abstractas. Como que cada uno intentaba explicar lo que había
vivido, pero todos sabían que no podrían hacer comprender a los demás donde
había viajado su mente. Un día a alguien se le ocurrió repetir el viaje.
Afirmaba que quería volver a experimentar algo similar, pero de otra manera.
Muchos lo siguieron, pero ninguno pudo repetir esa primera sensación. Un escaso
grupo de personas parecía recibir una segunda oportunidad, aunque con otros
factores en juego.
Nadie sabe la antigüedad real acerca de la
leyenda. Después de innumerables viajes, cesaron sus actividades porque todos
querían volver a subirse. Así, comenzó a hacerse confuso el lugar donde poder
tomarlo. No pasaba ya para todos como antes, sino que solo unos afortunados
podían alcanzarlo. Otros solo tenían la suerte de encontrarlo sin buscarlo. A
alguien se le ocurrió ponerle un nombre porque ningún mito vive en el tiempo sin
una forma de identificarlo. Como algunos lo veían, otros se esforzaban por
hallarlo y algunos sufrían por no encontrarlo, decidió llamarlo de una manera
que intentará reflejar un misterio pero a su vez una posible verdad. Así nació
la leyenda del tren que solo pasa una vez o quizás hasta dos para cada persona
en este mundo. La leyenda del tren fantasma.
No hay comentarios:
Publicar un comentario