viernes, 11 de noviembre de 2016

Presos del tiempo

En la previa siempre soñamos con ciertas expectativas. Pensamos escenarios para escribir la historia y anhelamos que aquello que parece imposible sea posible. Pero cuando, una y otra vez, repetimos errores, se enciende una especie de alarma; una advertencia de que si no cambias, si no aceptas esos errores, los resultados van a seguir siendo los mismos. 

Esta reflexión puede aplicarse en cualquier aspecto de la vida, como en este caso en el fútbol. Parece haber quedado muy lejos ese prestigio que generaba la camiseta. El pensamiento de "somos los mejores del mundo" nos fue dejando ciegos, nos fue comiendo por dentro y el presente es un fiel reflejo de ello. El 0-3 con Brasil de ayer (que pudo ser mayor) ya no puede verse como un llamado de atención. Es otra demostración del pedido a gritos del cambio. 

Hace cinco fechas, Brasil era el complicado para clasificar, el que hacia cuentas, el que había llegado a su límite. Aceptó la situación y supo cambiar. Llamativamente en el mismo momento que nosotros imaginamos que este nuevo cambio iba a ser diferente. El problema es que fue más de lo mismo. Más de algo que no puede llamarse cambio. 
No se trata de insultar a estos jugadores. Hacía mucho no peleábamos torneos. Llegamos a tres finales que no pudieron ganar por diferentes circunstancias y como escribí en otros textos, más allá del exitismo que nos acecha, no pueden llamarse fracasos. No llegar al resultado deseado no borra todo aquello positivo que se hizo para alcanzarlo. Si así lo fuera el fin justificaría siempre los medios.  
Pero ya está. Esto es un ejemplo de lo autodestructivos que somos, de como podemos convertir a ídolos en villanos. Obvio que no existe una solución definitiva y sencilla e incluso es probable que clasifiquemos al mundial con lo justo o en repechaje, pero el gran error sería creer que hay que seguir de esta manera. 

Si el martes Argentina le gana a Colombia terminará el año en puestos de clasificación a Rusia 2018. Ojalá que no sea el parámetro para volver a cerrar los ojos. Si ese jugador que parece convertir lo imposible en posible, ese que sabe (y mucho) jugar a la pelota, termina diciendo que hay que ganar como sea, algo estamos haciendo mal. Vivimos presos de un tiempo que sorpresivamente, y a pesar de sus continuos avisos, aún podemos cambiar. 

lunes, 27 de junio de 2016

Realidad autodestructiva

La pelota del primer penal ya pasó por arriba del travesaño. Ambos equipos erraron en el inicio pero ya se percibe el resultado, como si estuviera escrito en los libros de la historia. Los penales no tienen nada que ver con esto igual, son circunstancias de un deporte o la vida misma. Azar para uno, inteligencia para otros. Si no nos equivocáramos, no entenderíamos nada. 
Creo que el análisis, si es que podemos hacer alguno, empieza en el peso que tiene el análisis en sí mismo; las bases sobre las cuales construimos todo esto. ¿Cómo llegamos hasta acá? Tenemos un don para destruir aquello que parece indestructible. ¿Cómo lo hacemos?  Siempre comparando, siempre desde supuestos y desde esa horrible sensación de sentirnos los mejores en todo. Con esas premisas, el resultado parece inevitable. Si querés resultados distintos, no hagas siempre lo mismo. Hablando de la final en sí, podemos tratar de entender el planteo de Martino o buscar explicaciones en situaciones que ya quedan en la historia como las oportunidades de Higuaín, cada una en un contexto diferente pero con el mismo y triste final. Somos especialistas en echar culpas, aún sabiendo que es un pilar de esa autodestrucción. 
Nos esforzamos en transmitir que no sirve nada de lo que hagas, si el resultado no es positivo. Siempre hay cosas para corregir, incluso más con las derrotas, pero cuando se cruza la línea del ganar o fracaso, las chances de perder aumentan. Alguien alguna vez dijo que el fin justifica los medios y vivimos en un país donde esa frase parece ser nuestro lema. El fútbol en sí es un deporte injusto, donde podés ganar con un gol que no existe o un penal por una decisión que le pareció a un juez. El capitán levanta la copa y lo demás ya se olvida. El arte de criticar, disfrutar de la desgracia ajena y pisar al rival. 
Me acuerdo cuando escribí las sensaciones después de haber perdido la final del mundial. La ilusión siempre se renueva porque la necesitamos, buscamos nuevos desafíos y tratamos de alcanzarlos. No somos y nunca seremos perfectos, pero esta realidad autodestructiva, que se ve en este caso en el fútbol a pesar de tener al mejor, está cumpliendo su objetivo (o lo cumplió si jugadores como Messi y Mascherano respetan su decisión de dar por terminada su historia con la selección). Es como si levantar una estatua y rendir un homenaje a los grandes, solo valiese cuando ya no están. Me pregunto si no es demasiado tarde.