Ya no podía volver el tiempo atrás. Ese factor único que no deja de moverse
desde que tenemos uso de razón hasta que llegamos al final del camino. La
habitación de paredes blancas parecía haber sido redecorada por un artista plástico con agua y marcas al azar. El suelo apenas se veía tras la situación
que hacía solo unos minutos se había vivido en aquel lugar. Hubiera perdido el
equilibrio de haber estado de pie, pero se encontraba sentado con las piernas
cruzadas en una esquina de la habitación, como en un estado zen. Sus ojos
recorrieron la escena: 2 miradas sin
destino yacían a su lado. Se preguntó cómo había podido pasar algo así. Estaba
cansado, le costaba respirar y se dio cuenta que estaba entrando en ese momento
previo a perder el conocimiento. Cuando
logró enfocar su visión nuevamente, levantó como pudo a aquellos dos cuerpos y notó
que alguien se acercaba desde el otro extremo de la habitación. Un repentino
temblor hizo que prestará atención a lo que estaba pasando. Una mujer intentaba
alcanzarlo y parecía pronunciar algunas palabras. El hecho lo tomó por
sorpresa, obligándolo a ponerse de pie. Costó, pero le permitió alejarse de
ella. Seguía tratando de decirle algo, pero él se aferraba a esas dos miradas como
si fueran la salida de lo que estaba viviendo a pesar de que no podían verlo. Le
pareció escuchar un llanto de parte de la mujer. Fue en ese instante que comprendió
cual era el objetivo que quería alcanzar y logró escuchar la voz desesperada de
ella.
– ¿Donde estabas? Solo tenías que estar con ella.
Las lágrimas caían sobre otro cuerpo inmovil. Se tocó la nuca con una de
sus manos y sintió frío entre sus dedos. Sus pies sintieron algo de agua en la
alfombra, cerca de la pared donde había caído la pecera. Logró caminar hasta donde estaban y asoció un
olor inesperado con la muerte aún sin conocerla. Su boca se secó de repente y
no pudo emitir palabras ante semejante impacto. Parecía haber recuperado todos sus sentidos,
pero el vacío que sentía ya estaba tallado en una piedra imaginaria dentro de
su mente. Dio media vuelta y desapareció de la habitación. Segundos después, se
escuchó el disparo. La mujer cambió de habitación y lo encontró en la silla del
estudio con las dos muñecas de trapo de su hija a su lado. Sin poder explicar la
sensación que la invadió de repente, tomó el arma, la llevó hasta su boca y no
dudó.
Cuando abrió los ojos un par de segundos más tarde, dos policías y varias
personas la rodeaban mirandola atentamente. Aún sostenía el arma en la misma
posición. Antes que alguien emitiera alguna palabra, rompió el silencio con la
primera frase que cruzó por su mente:
- Sabía que era un egoísta. Decidió usar la última bala.
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