martes, 28 de agosto de 2012

Déjà vu

Le preguntaron varias veces si era capaz de hacerlo. Él siempre afirmó que no sería un problema, aún sabiendo que la realidad posterior a una acción como esa provocaría una larga lista de consecuencias. Igual ya no importaba, había llegado el momento. Lo tenía enfrente y mantenía la solución firme entre sus dedos. Sintió el frío repentino al mirarlo fijamente. Ojos perplejos, resignados a lo que estaba por ocurrir. El clima era tenso, bajo un poderoso silencio. El ruido de la puerta principal de la casa aceleró su decisión. A lo lejos escuchó su nombre. Si ella entraba, intentaría evitar por todos los medios lo que estaba por hacer. Levantó la vista y volvió a encontrarse con él. Con uno solo sería suficiente. Sintió la necesidad de tocar la alfombra donde se encontraba, pero con sus pies descalzos. Tenía esa sensación de haber vivido aquella situación, como eso que llaman Deja vu. Esa incógnita acerca de si realmente pasó o solo es un conjunto de imágenes creadas por la peligrosa mente. Volvió a escuchar su nombre mientras ella abría la puerta.  La apoyó en su cabeza y el rostro de su victima además del de la mujer que acababa de llegar, se pintaron de rojo. En el medio del llanto arrodillada en el suelo y sabiendo que ya nada sería igual, pensó que la mancha del espejo sería imposible de limpiar.  

jueves, 16 de agosto de 2012

La flor dorada de Don Garrone


La situación era complicada. Todos los días después del colegio nos juntábamos en el patio de Pablo para encontrar esa valentía que nos faltaba. Una de las maderas de la cerca que separaba su casa con la de Don Garrone nos permitía entrar a ese mundo de incertidumbre buscando la gloria. Juan, Pablo y yo luchábamos por superar nuestros miedos. Con nuestros once años, intentábamos crecer con cada expedición que llevábamos adelante. Los tres aspirábamos a lo máximo. En el estudio de Don Garrone, sobre una mesa de cristal, la leyenda contaba que guardaba una flor dorada haciendo honor al amor de su vida. La única mujer que lo había hecho feliz, pero que a su vez había dejado un vació en su corazón imposible de llenar después de un extraño episodio en el pueblo que terminó con su vida. Desde aquel día, todo pareció perder color y su casa lo demostraba. Su jardín, completamente olvidado, ya parecía una jungla amazónica. Cruzarlo requería mucha destreza. Los peligros acechaban de todas las formas, pero pasar  aquel espació de pasto era solo el comienzo. Entrar en la casa implicaba evitar a Sado. La feroz mascota que custodiaba los dominios de Don Garrone. Una vez dentro, no cruzarse a su madre. Una mujer indefensa, pero cuya imagen emitía terror. Su rostro desfigurado por los años, la convertía en una actriz perfecta de cualquiera de esas películas de miedo.  Obviamente cada intrusión en la casa, era arriesgarse a cruzarse a Don Garrone que parecía ser lo más normal de toda la situación.

Solo una vez había alcanzado el estudio en el primer piso, pero Sado estaba ahí y me obligó a correr. Hoy sentía algo diferente. Pablo y Juan con solo escuchar los ladridos a veces ni querían intentarlo. Pero yo no. Nada me detenía para obtener  esa flor. La necesitaba. Era una cuestión de dar un paso hacía otra etapa.
Crucé el pequeño espacio de la madera rota y mis ojos se encontraron ante el imponente jardín. Mis pies recorrieron el pasto, esquivando pozos, plantas peligrosas y  ratas que cruzaban sin detenerse. Cuando subí los 2 escalones hacía la entrada, Sado me vio al aparecer por uno de los costados del jardín.  Me apresuré a la puerta, que siempre estaba abierta, y la cerré tras entrar. Los ladridos de Sado desaparecieron en pocos segundos.  Sin perder más tiempo y sin emitir sonido alguno, comencé a subir las escaleras. Estaba a pocos metros de la puerta del estudio, pero antes me asomé a otra habitación. La madre de Don Garrone miraba una de sus telenovelas y el alto volumen jugaba a mi favor. Era imposible que me escuchase. Por segunda vez en mi vida alcancé el lugar. Me frené ante ella. La flor dorada estaba ahí. Era real. Mis manos la sostuvieron unos instantes, pero cuando estuve a punto de guardarla en uno de mis bolsillos, escuché los pasos. Él se aproximaba. La deje en su lugar y me escondí debajo de la cama. Don Garrone entró pesadamente en el estudio. Apenas podía ver sus pies. Llevaba unas botas negras, gastadas por su uso cotidiano. No lograba verlo, pero si podía escucharlo. Noté que se frenó ante la flor.  Una foto pareció escurrirse de sus manos y cayó casi a mi lado. Mis ojos alcanzaron a verla claramente. Era él abrazando a quien seguramente fue su amor. Una de sus manos buscó la foto debajo de la cama. Contuve la respiración y tuve que moverme unos centímetros para evitar ser alcanzado por sus dedos. Una vez  que la encontró, comenzó a balbucear unas palabras.

 “Otro día más de aquel instante que te tocó irte. Sostuviste esta misma flor entre tus manos, Ojala… “ La voz pareció quebrarse y dos lágrimas cayeron sobre la alfombra.  
Escuché como dejaba la flor en su lugar y salía del estudio. Apenas cerró otra puerta,  deje mi escondite para volver a quedar frente a mi aspiración desde hacía años. Sin embargo, algo había cambiado. La sensación era muy extraña y era capaz de explicarla, pero estaba ahí. En ese momento, mi mente se dio  cuenta que ya no necesitaba la flor. Sin aguardar otro segundo, retomé mi camino. Corrí todo el jardín para que Sado no me alcanzara. Juan y Pablo me esperaban del otro lado.

- ¿Y? ¿Llegaste? – preguntó Juan, ansioso.
-Casi. La tuve en mis manos. La flor dorada de Don Garrone es real. Está en su estudio antes que me pregunten. La leyenda es cierta.

Los dos me miraron sin entender, se rieron durante un instante antes de subir a sus bicicletas y alejarse. Sentía que había sido mi última expedición. Lo que parecía un miedo imposible de enfrentar, se había convertido en una sensación de tranquilidad. Como el escritor al enfrentarse a una hoja en blanco o el pintor al encontrar los colores para su obra. Su mente había cambiado el curso, como consecuencia de las cortas palabras de aquel hombre y tener entre sus manos aquella reliquia cuyo poder era tal que podía guardar recuerdos. La flor dorada de Don Garrone.


lunes, 6 de agosto de 2012

Esperando el 24 con paro de subtes


Mientras me aproximaba a la parada del colectivo, mi mente comenzaba a imaginarse la fila que se venía. La mañana ya no era normal y la noticia cambiaba muchas rutinas en un lunes pintado de manera otoñal en pleno invierno. Los colectivos parecían no salir de la terminal y encontrar un espacio para subir a uno de ellos se había convertido en una tarea compleja. Llegué al final y saqué mi cuaderno para ocupar la espera en lo que más disfruto hacer. Las miradas de las personas que recorrían la cola en sentido contrario buscando el final de la misma, iban cambiando a medida que avanzaban. A metros de la parada, la espera para viajar en tren era similar. 
- ¿Hay paro de trenes? - preguntó una señora de unos 50 años mientras pasaba. 
- No, de subtes - le respondió una mujer abrigadísima delante mío, casi como lista para que nevara - Pero la cola para sacar el boleto para el tren es aún más larga que esta. Me impactó y dije viajo en colectivo. 
La señora negó con la cabeza en forma de resignación y siguió su camino hasta la estación. 
- Yo espero 20 colectivos si es necesario, pero viajo sentado - afirmó un hombre de campera roja por delante de la señora abrigada - No es mi culpa que haya paro. Tengo dolor de espalda. 
- Obvio - le respondió ella, incentivando su idea.
El reloj continuaba avanzando, los colectivos apenas salían y lo hacían  de manera esporádica estando algunos vacíos para comenzar su viaje desde la parada dos.
-  ¿Que le espera a la gente de varias paradas más adelante? - preguntó uno más atrás de mi lugar.
Recibió su respuesta segundos después, cuando otro colectivo vacío se alejaba de la terminal. 
La gente ya optaba por hacer una doble fila a un costado de la original, para no alejarse de la parada y subirse como sea necesario. A un costado de la cola, ya abría la peluquería de la esquina. Eso implicaba que la hora había pasado otro límite. Nunca llegaba a ver cuando su dueña, de extraño peinado, pedía permiso para abrir las puertas.  
Tras casi 50 largos minutos, llegó el momento de subirse al colectivo. La lista de música que terminaba siempre llegando casi a mi destino, ya había alcanzado su final. Una señora  intentó colarse en la fila principal, metiendo una diagonal como si fuera un delantero por afuera, ese "wing" como se le decía antes en el fútbol. 
- Tengo que ir a trabajar - acusó con voz de tener razón, llevándose miradas asesinas de la gente a su alrededor. Algunos sonrieron como si no fuera obvio que todos estábamos haciendo lo mismo. 
Me senté en el fondo del 24, terminé de escribir estas mismas palabras y me di cuenta que el día recién había empezado. Una mujer subió en la parada siguiente y tras esquivar gente, llegó hasta el fondo. Chocó su mochila con otra mujer, de menor estatura, y cuando esta se dio vuelta, la reciente pasajera le respondió:
- Disculpa, es que hay paro de subtes. 
  

sábado, 4 de agosto de 2012

Tren, subte o colectivo


Decidió analizar las posibles consecuencias para llevar adelante la solución. Tras una noche de sueño profundo después de haber encontrado aquella salida, musicalizó el momento que vivía con sus auriculares y enfrentó un cielo pintado de gris. Sus ojos lo encontraron sin problemas caminando las cuadras que lo separaban de un puente que permitía observar a trenes pasar por debajo del mismo. Se frenó varios segundos al notar que se aproximaba uno a toda velocidad. El grupo de personas que aguardaban su llegada comenzó a amontonarse. La lluvia llegó acompañada de algunos paraguas, que muchos no cerraban hasta el instante justo antes de subir al tren. Desde la otra dirección, pasó uno a toda velocidad sin frenar. Quizás sería más efectivo contar con ese. Pensó que con un simple y preciso movimiento, su idea era viable. 
Lo siguió en su camino hacia una avenida de constante transito. La parada del colectivo ya tenía una larga cola de espera. Varias líneas pasaban a escasos centímetros del cordón de la vereda. Quizás el paso sería incluso más sencillo.
Algunas horas más tarde, bajó tras él en las escaleras que lo separaban del subte. A lo lejos, notó que la luz se aproximaba cada vez más. Miró la línea amarilla del piso y a quienes esperaban para subir. El paso era aún más fácil y efectivo, pero implicaba pagar para alcanzar esa opción. No tenía sentido.
Retornó a la calle, en lo que era una oscura noche. Mientras avanzaba, su mente intentaba decidir cual de las tres variantes sería la más precisa. Quizás encontraba otra, pero tenía que actuar de inmediato, no podía dejar pasar más tiempo. Llegó a su casa, dejó sus cosas y se sentó frente al lugar que más visitaba de su departamento. Él lo estaba esperando, a pesar de no saber que lo había seguido todo el día. Tras varios segundos donde cruzaron sus miradas en silencio, lo rompió con una frase.
- Sabía que estarías ahí sentado. Basta de todo esto - gritó las últimas palabras. Se alejó hacia la cocina para hacerse algo de comer. Se recostó, algún tiempo después.
Al día siguiente, pasado el mediodía, el departamento se llenó de repente. El sonido de la ambulancia invadió el edificio. Una vecina afirmaba ante un agente de policía que lo había escuchado hablar con alguien. La puerta no estaba forzada, la hermana al no recibir respuesta, había decidido ir a visitarlo.  Lo encontraron cómodamente en su cama, ya sin vida. En la cocina, se hallaron extrañas especias en la comida.
- Si no entró nadie y él siempre se cocina - La hermana hablaba  intentando buscar alguna explicación. Alcanzó a escuchar como uno de los hombres le susurraba algo al oído a otro:
"Siempre hace el mismo trayecto durante sus días: cruza un puente en la estación del tren, se toma un colectivo y vuelve en subte. Lo encontramos en una de las cámaras cuando regresaba. Estaba hablando solo"
Ya no tuvo necesidad de seguir escuchando. Se acercó al bañó, cerró la puerta y se miró fijamente en él. Su hermano se había dejado vencer por aquel peligroso reflejo. En una de las esquinas del cristal, notó que había algo escrito en blanco. Lo que siempre afirmaba que se cruzaba por su mente como salida a la amenaza del espejo, pero que no fue capaz de llevarlo adelante: ¿Tren, subte o colectivo?

jueves, 2 de agosto de 2012

Una cita con el destino


Apenas me había sacado un par de segundos de diferencia, pero parecían un abismo en distancia. Mis pies aumentaban la velocidad mientras recorrían el laberinto que él dejaba atrás tan fácilmente. Mis esfuerzos resultaban en vano ante semejante rival. Las calles mostraban un continuo movimiento de autos en un ida y vuelta sin cesar. Mis ojos lo vieron en una esquina hablando algunas palabras solo con las personas que lo chocaban al caminar. Algunos simplemente no se daban cuenta y se encontraban cara a cara con él, otros parecían decididos a buscarlo. No podía escuchar las frases que pronunciaba, pero si notar que eran cortas y concisas. Las expresiones en los receptores mostraban una diversidad de sensaciones que flotaban en el aire. Una sonrisa demostraba felicidad en ciertos casos, otros indiferencia y la mayoría se veía atrapado por una pesada incertidumbre. Como si aquel instante en ese preciso lugar, aquel extraño fuera un antes y un después en sus vidas. Fue en ese momento, bajo algunos rayos de sol que iluminaron mi rostro, que noté el freno absoluto en su andar. ¿Me estaría esperando? Decidí acercarme. La ansiedad y el sin fin de pensamientos ante lo que estaba por descubrir se hacía difícil de manejar. Él estaba de espaldas cuando llegue a su posición. ¿Qué debería preguntarle? ¿Tendría realmente el poder de con simples palabras marcar una vida para siempre o solo era un mito? Intentó darse vuelta para observarme, pero pareció cambiar de opinión. Lentamente, comenzó a alejarse. Sin pensarlo dos veces, cambie mi actitud de espera y aceleré el paso hasta cruzarlo y encontrarlo de frente. Él no me detuvo, sino que asintió con su cabeza, aceptando mi reciente decisión. Cuando mis ojos realmente lo vieron, mi sensación no fue de sorpresa: hacía mucho que lo estaba buscando; tanto que parecía un conocido de siempre. Levantó una de sus manos haciendo el  gesto anterior a pronunciar sus palabras, pero llegó acompañado de un estruendoso ruido que oscureció el  cielo. En ese momento, cuando volví a abrir mis ojos, tardé unos segundos en comprender la situación. Apagué el despertador, sonreí de esa manera rara cuando nos damos cuenta de algo y acepté en mi mente que no necesitaba de aquel sueño. Me levanté de la cama dispuesto a crear mi propio destino.