jueves, 2 de agosto de 2012

Una cita con el destino


Apenas me había sacado un par de segundos de diferencia, pero parecían un abismo en distancia. Mis pies aumentaban la velocidad mientras recorrían el laberinto que él dejaba atrás tan fácilmente. Mis esfuerzos resultaban en vano ante semejante rival. Las calles mostraban un continuo movimiento de autos en un ida y vuelta sin cesar. Mis ojos lo vieron en una esquina hablando algunas palabras solo con las personas que lo chocaban al caminar. Algunos simplemente no se daban cuenta y se encontraban cara a cara con él, otros parecían decididos a buscarlo. No podía escuchar las frases que pronunciaba, pero si notar que eran cortas y concisas. Las expresiones en los receptores mostraban una diversidad de sensaciones que flotaban en el aire. Una sonrisa demostraba felicidad en ciertos casos, otros indiferencia y la mayoría se veía atrapado por una pesada incertidumbre. Como si aquel instante en ese preciso lugar, aquel extraño fuera un antes y un después en sus vidas. Fue en ese momento, bajo algunos rayos de sol que iluminaron mi rostro, que noté el freno absoluto en su andar. ¿Me estaría esperando? Decidí acercarme. La ansiedad y el sin fin de pensamientos ante lo que estaba por descubrir se hacía difícil de manejar. Él estaba de espaldas cuando llegue a su posición. ¿Qué debería preguntarle? ¿Tendría realmente el poder de con simples palabras marcar una vida para siempre o solo era un mito? Intentó darse vuelta para observarme, pero pareció cambiar de opinión. Lentamente, comenzó a alejarse. Sin pensarlo dos veces, cambie mi actitud de espera y aceleré el paso hasta cruzarlo y encontrarlo de frente. Él no me detuvo, sino que asintió con su cabeza, aceptando mi reciente decisión. Cuando mis ojos realmente lo vieron, mi sensación no fue de sorpresa: hacía mucho que lo estaba buscando; tanto que parecía un conocido de siempre. Levantó una de sus manos haciendo el  gesto anterior a pronunciar sus palabras, pero llegó acompañado de un estruendoso ruido que oscureció el  cielo. En ese momento, cuando volví a abrir mis ojos, tardé unos segundos en comprender la situación. Apagué el despertador, sonreí de esa manera rara cuando nos damos cuenta de algo y acepté en mi mente que no necesitaba de aquel sueño. Me levanté de la cama dispuesto a crear mi propio destino.

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