Cuando llegué a la entrada principal de la escuela en una esquina del barrio de Villa Madero en la provincia de Buenos Aires, una de las maestras me recibió para luego acompañarme hasta el salón de actos donde ya se desarrollaba la primera Feria del Libro de la institución. La bibliotecaria del colegio, quien tuvo la idea de invitarme para transmitir mi experiencia como escritor, me esperaba junto a la directora y otros profesores, mientras varias editoriales acomodaban sus libros aguardando por padres y chicos. En el aire podía sentir aquel ambiente de primaria, vivido hacia mucho tiempo atrás. Después de que uno de los profesores leyera un cuento con moraleja, Iris, la bibliotecaria, me hizo señas para que me acomodará en una silla frente a los chicos.
Me invadió una sensación diferente al cambiar la visión desde la posición donde me encontraba: me lleno de una indescriptible satisfacción. Mis primeras palabras fueron de agradecimiento por la oportunidad y tras presentarme, comenzaron las preguntas de los chicos. ¿Desde que edad escribís? ¿Cuanto le dedicas en tu vida a escribir? ¿Que estás leyendo y ya leíste que te gusto mucho? ¿Que cuentos recomendás? ¿Queres en un futuro dedicarte a ser escritor? ¿Pensás que la frase de Borges sobre que un buen escritor tiene que ser un gran lector es real? ¿Cual es el lugar donde más escribís? El micrófono iba de mano en mano. Los chicos se presentaban con su nombre y hacían las preguntas.Mientras respondía noté que tanto ellos, como las maestras y los padres, me escuchaban atentamente.Estaba logrando transmitir mi sueño de letras en palabras que reflejaban lo que para mi significa, en este presente, ser un escritor. Así fue que Iris agradeció a todos los chicos y apenas terminó, la mayoría de ellos formaron una fila hacia la mesa donde yo estaba. Cada uno tenía en sus manos una especie de folleto de la feria. El primero de los chicos, de unos 11 años, me sacó la duda que se me había generado de repente del porque de aquella fila. ¿Me firmas la hoja? Así fueron diciéndome su nombre, uno tras otro. Una escena que jamas hubiera imaginado, pero la estaba viviendo. Cuando se dispersaron por el salón, una nena de nombre Sol, se me acercó para decirme: "Quiero comprar tu libro y que me lo firmes". La vi alejarse, luego, entre sus amigas con la novela entre sus manos.
Iris volvió a agradecerme, al igual que otras maestras y la directora me convocó para el año próximo para participar nuevamente. Volví sobre mis pasos y mientras caminaba algunas cuadras hacia el colectivo, con el sol iluminando mi rostro, sentía que algo dentro mio se había llenado. Desde una situación impensada en la cual Iris consiguió mi libro, días antes de organizar la primera feria en la escuela donde trabajaba, logré vivir una experiencia que ya queda para el resto de mi vida: transmitir mi historia, mi sueño como escritor a chicos de la misma edad con la que yo había comenzado a escribir. Otro color más a una gama que se amplio enormemente desde aquel día que entendí que vale la pena pelear por lo que uno ama. Poder subir un escalón más de esa escalera imaginaria que realmente nos permite avanzar cuando sentimos lo que estamos haciendo. Una escalera que no consiste en alcanzar el final, sino transformar cada uno de esos pasos en los pequeños momentos que nos permiten conocer eso que llaman felicidad.
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