sábado, 30 de junio de 2012

Transmisión de un sueño como escritor

Cuando llegué a la entrada principal de la escuela en una esquina del barrio de Villa Madero en la provincia de Buenos Aires, una de las maestras me recibió para luego acompañarme hasta el salón de actos donde ya se desarrollaba la primera Feria del Libro de la institución. La bibliotecaria del colegio, quien tuvo la idea de  invitarme para transmitir mi experiencia como escritor, me esperaba junto a la directora y otros profesores, mientras varias editoriales acomodaban sus libros aguardando por padres y chicos. En el aire podía sentir aquel ambiente de primaria, vivido hacia mucho tiempo atrás. Después de que uno de los profesores leyera un cuento con moraleja, Iris, la bibliotecaria, me hizo señas para que me acomodará en una silla frente a los chicos. 
Me invadió una sensación diferente al cambiar la visión desde la posición donde me encontraba: me lleno de una indescriptible satisfacción. Mis primeras palabras fueron de agradecimiento por la oportunidad y tras presentarme, comenzaron las preguntas de los chicos. ¿Desde que edad escribís? ¿Cuanto le dedicas en tu vida a escribir? ¿Que estás leyendo y ya leíste que te gusto mucho? ¿Que cuentos recomendás? ¿Queres en un futuro dedicarte a ser escritor? ¿Pensás que la frase de Borges sobre que un buen escritor tiene que ser un gran lector es real? ¿Cual es el lugar donde más escribís? El micrófono iba de mano en mano. Los chicos se presentaban con su nombre y hacían las preguntas.Mientras respondía noté que tanto ellos, como las maestras y los padres, me escuchaban atentamente.Estaba logrando transmitir mi sueño de letras en palabras que reflejaban lo que para mi significa, en este presente, ser un escritor. Así fue que Iris agradeció a todos los chicos y apenas terminó, la mayoría de ellos formaron una fila hacia la mesa donde yo estaba. Cada uno tenía en sus manos una especie de folleto de la feria. El primero de los chicos, de unos 11 años, me sacó la duda que se me había generado de repente del porque de aquella fila. ¿Me firmas la hoja? Así fueron diciéndome su nombre, uno tras otro. Una escena que jamas hubiera imaginado, pero la estaba viviendo. Cuando se dispersaron por el salón, una nena de nombre Sol, se me acercó para decirme: "Quiero comprar tu libro y que me lo firmes". La vi alejarse, luego, entre sus amigas con la novela entre sus manos. 
Iris volvió a agradecerme, al igual que otras maestras y la directora me convocó para el año próximo para participar nuevamente. Volví sobre mis pasos y mientras caminaba algunas cuadras hacia el colectivo, con el sol iluminando mi rostro, sentía que algo dentro mio se había llenado. Desde una situación impensada en la cual Iris consiguió mi libro, días antes de organizar la primera feria en la escuela donde trabajaba, logré vivir una experiencia que ya queda para el resto de mi vida: transmitir mi historia, mi sueño como escritor a chicos de la misma edad con la que yo había comenzado a escribir.  Otro color más a una gama que se amplio enormemente desde aquel día que entendí que vale la pena pelear por lo que uno ama. Poder subir un escalón más de esa escalera imaginaria que realmente nos permite avanzar cuando sentimos lo que estamos haciendo. Una escalera que no consiste en alcanzar el final, sino transformar cada uno de esos pasos en los pequeños momentos que nos permiten conocer eso que llaman felicidad. 

domingo, 24 de junio de 2012

Desahogo


A veces vivimos situaciones raras o inesperadas en espacios que nunca hubiéramos imaginado. Son esas sensaciones que nos llevan al límite, que su verdadera relevancia es definida por el contexto que las rodea y  cuando terminan quedan en la memoria para siempre. Casi un año después de aquel domingo triste donde no había palabra alguna que reflejara lo que había pasado, llegó el día que podría convertirse en la otra cara de la moneda. Después de eso tan abstracto como lo es la angustia, que en este camino pareció materializarse en colores rojo y blanco, llegó el tan ansiado desahogo. La semana se llenó de comentarios, con el mundo del fútbol esperando el momento. Cualquier persona que es hincha de este deporte y que  realmente sabe lo que puede movilizar, se preparaba para vivir desde el punto de vista que le tocará, esa mezcla de sensaciones que se reducen a 90 minutos. Partidos a la misma hora, situaciones cambiantes, futuros repletos de incertidumbre, suspicacias por donde se lo mire como siempre caracteriza al fútbol de nuestro país.  Más allá de todo eso y la diversidad de opciones posibles, el mayor sufrimiento lo vive esa persona que ama a los colores. Se puede escribir una infinidad de cosas sobre esta situación, pero desde ese punto de vista en particular, se resume en la palabra desahogo. Quizás el hincha de River hoy pesa 10 kilos menos después del año más largo y extraño que le tocó vivir. Pero después de todo este camino, eterno, complicado y claramente incomparable con cualquier otra cosa futbolistica, el desenlace fue el deseado. Desde aquel primer partido hasta el último, 38 en total, la angustia se estiró hasta el segundo final, como si hubiera sido escrito para una película. Cuando terminó este último partido, me quedé frente la tele, solo mirando las reacciones, los gestos y el desahogo en las caras de los hinchas. Los jugadores, técnico y demás parecieron sentirlo igual, se puede decir mil cosas, pero la sensación es única. Veía a la gente más avanzada en edad y me acordaba de mi abuelo, con su radio siempre prendida desde que tengo uso de razón para escuchar a River. Es movilizante, justamente por aquella primera frase,  de tener en la mente mil imágenes y situaciones que se relacionan con los mismos colores. No hay forma de explicarlo, simplemente lo que siente el hincha ante una pasión no tiene frase que lo resuma. Esa pasión, también dentro de la lista de lo abstracto, que adopta diferentes formas con un fin en común. 
Cuando pensamos que el límite de lo que sentimos alcanzó esa delgada línea de lo posible, es cuando nos damos cuenta de que a veces existen situaciones que nos llevan más allá; cada una con su contexto, su importancia y su lugar, sin compararlas entre sí, pero con esa marca que deja su huella para poder valorarlas aún más.   

martes, 19 de junio de 2012

El cliente y la razón



Dicen que el cliente siempre tiene la razón. Sin embargo, hay días donde aquella frase presenta un desafío diferente. Era una  esas fechas donde la desesperación de la gente se limitaba a encontrar un talle, un color, un regalo acorde a lo que llegaría el día siguiente. Así comenzaron desde muy temprano las charlas, algunas conocidas, otras inéditas. 
Están los que llegan seguros y la venta se produce en segundos: sin vueltas, sabiendo lo que quieren. Obviamente este grupo es muy escaso comparando al total.
Los que tienen definido a la perfección su compra, pero al escuchar: “no queda más” pierden la brujula y hasta llegan a preguntar: ¿Que me podes ofrecer?, sabiendo que el negocio tiene miles de opciones similares y la gente esperando comienza a impacientarse. Tambien aparecen los que mientras miran el talle de la prenda, llaman por celular para transmitir el tamaño de la misma. “Si...es como para dos de tus papa, pero un cuarto de tu hermano”. Esos intentos de análisis en segundos comparando cuerpos.
Dada la ocasión del día del padre, se acercaban madres con sus hijos. Ella preguntaba: ¿Que te parece para papá? ¿Cual te gusta? ¿El blanco o el negro? La nena de unos 10 años le respondía en segundos: el blanco. Instantes después, la madre levantaba la vista y afirmaba: "bueno, no se. Dame el negro, total después lo viene a cambiar".
Como toda larga jornada laboral de mucha gente y con números en el medio, se produce aquel escenario donde el espacio y momento de ser atendido parece una lucha de egos y tiempo. Como aquello que ocurrió con la mujer de pelo largo, oscuro, algo distraida y con 1238 bolsas en sus manos. Escuchó el llamado al número 5 y se acercó al mostrador. “Lo perdi, pero lo tenía yo”. La señora del 6 pareció derretirla con la mirada, pero acepto que sea atendida antes que ella.
A veces las fabricas de ropa parecen querer ahorrar tamaño en las bolsas de su mercadería. El cliente no tiene problema en abrir y sacar de su lugar 10 prendas, sin tener en cuenta las consecuencias que genera tales decisiones. Despues están esos que exigen papel de regalo, una bolsa acorde a la situación, proliijidad en la preparación del paquete. Son especialistas en medir los límites de la paciencia del vendedor.
Algunos carteles en la vidriera muestran precios en base, obviamente, a estrategias de marketing. Sin embargo, ante la imposibilidad de devolver un centavo, en precios como 49.99, el vendedor debe recordarlo en repetidas ocasiones a la hora del pago.
Tambien se da aquella situación donde se produce una confusión de telas, donde el cliente se engaña a si mismo al observar con otros ojos las prendas en la vidriera. Por tal motivo, debe llevar al vendedor hasta la misma para señalarle lo que quiere, intentando simplificar su trabajo. No hay que olvidar a esos que piden un talle, uno se acerca con el primer color que encontró y al instante se escucha un grito: ¡No, como me vas a dar ese color. Él no usa esta gama. Odia el verde! Ahora resulta que el vendedor tiene que conocer los gustos de cada uno de los familiares de los clientes.
No podemos olvidar la típica y conocida frase: "Ahora veo y cualquier cosa vuelvo" Salida fácil para una situación que claramente tanto cliente como vendedor conocen el final. 
Nunca falta ese cliente que llega segundos antes de cerrar y solicita la prenda más vendida en su talle y color. Recibe una negativa, compra otra cosa y se retira pronunciando las palabras: “¿Como no van a tener este talle?“ Ese es el momento donde si el vendedor tendría un afilado cuchillo, lo usaría sin dudarlo. Sin embargo, la pregunta es tan graciosa a esa hora que solo se limita a sonreir por aquellos extremos que siempre terminan apareciendo.
Así transcurre un día donde la paciencia es exprimida hacia limites inimaginables, como nunca antes se hubiera pensado. Tras doce horas de comunicación frente a una amplia diversidad de situaciones, finaliza una jornada que vuelve a plantear aquella incógnita tan escuchada y repetida: ¿El cliente siempre tiene la razón? 

miércoles, 13 de junio de 2012

Montaña rusa


A medida que el día avanzaba y el reloj se acercaba a la hora señalada, tenía una rara mezcla de pensamientos en su mente. Mientras viajaba en el colectivo de todas las mañanas ya venía practicando algunas de las palabras que había preparado. Notó que varias personas al mirarlo, negaban con la cabeza como diciendo: “Este está loco”. La misma sensación la vivió en el bar donde por la tarde decidió practicar mientras merendaba. Una hora antes del comienzo, llegó al auditorio para realizar un ensayo que resultó muy positivo. Claro que las más de 100 personas sentadas en las butacas rojas minutos después, cambiarían completamente el contexto. Tomaba agua, intercambiaba algunas palabras con sus compañeras con las que realizaría la exposición e intentaba familiarizarse con el escenario. El salón empezaba a llenarse y el momento se aproximaba. La directora dio inició al evento y luego de algunas palabras de los profesores, llegaron aquellos minutos. Ese instante cuando sus pies parecieron pesar y 5 escalones se transformaron en 5 pisos. Tomó el micrófono, tras un largo suspiro intentando controlar su respiración, se paró a un costado de la pantalla y al levantar la vista, se encontró con el público. Expectante y en silencio para escucharlo atentamente. Fue como aquel momento donde el carrito de la montaña rusa llega a su punto más alto y con sus palabras, comenzaría el recorrido más difícil de aquella vuelta. Buscó algunas caras conocidas intentando tomar confianza. Las letras comenzaron a unirse y las palabras a formarse. El inicio fue preciso, seguro y como aquel ensayo había demostrado. Varios segundos más tarde, vivió esa frase reconocida como “mente en blanco” mientras sus latidos del corazón se aceleraban. Tenía que seguir, salir de esa pausa y volver a pintar el aire y el silencio con palabras de otro color. Así logró dejar atrás esa laguna momentánea, para continuar el camino. Dudó cerca del final, pero consiguió un buen cierre con el pase a su compañera. Respiró hondo, retrocedió unos pasos y escucho el resto de la presentación. Tras recibir algunos aplausos, la escalera ahora pareció un simple tobogán de plaza. Había terminado. Como todo eso que uno no imagina, pero sin embargo termina pasando. Cerró los ojos algunos instantes y buscó en su mente lo que acababa de vivir: ahora ya ocupaba un lugar en esa extraña montaña rusa de sensaciones al pasar nuevas e impensadas experiencias, que tiempo atrás parecían una escena de otra película. Esa gran diferencia que existe entre sentarse a mirar como pasa la vida o subirse a la montaña rusa y ser el protagonista.  ¿Tenes alguna duda de que lado conviene estar?

viernes, 8 de junio de 2012

Pasajeros de un mismo destino

El espacio comenzaba a convertirse en oro. Los rostros se multiplicaban con el correr de los segundos, variando constantemente la cantidad de ciudadanos. Algunas ventanas se mantenían cerradas a pesar del discontinuo esfuerzo por abrirlas. Me encontraba en una esquina, logrando un punto de vista completo de aquel extraño mundo. El gris del cielo acompañaba ese silencio que casi siempre se vivía en el aire. La capacidad era quizás entre 70 u 80 habitantes como máximo. Nunca se conocía con exactitud ya que el movimiento nunca cesaba. Unos se iban, otros llegaban. Algunos volverían a este mismo mundo al día siguiente, otros solo estaban de paso. Aquel valioso silencio que se cotiza tanto y no existe en nuestro mundo natural  (muchas veces repleto de palabras sin sentido), a veces se ve amenazado durante unos instantes cuando un ciudadano decide escuchar su música sin tener en cuenta el gusto de los actuales residentes en esos momentos. Otros prefieren respetar a los demás habitantes y se animan a viajar incluso a otro mundo más lejano con sus auriculares. No se suelen ver sonrisas, sino rostros de pocas expresiones, atentos a cualquier cambio de posición en el espacio físico. Claro que como todo mundo, algunos tienen más privilegios que otros y pasan su estadía de forma más cómoda. 
Quizás uno los de los factores más valiosos de tener la posibilidad de ingresar a este mundo, es la ausencia de prejuicios durante el escaso tiempo donde se cruzan los caminos. La entrada se presenta en puntos estratégicos de nuestro mundo original y la salida se reduce a presionar un simple botón para advertir el final de la estadía. No es un detalle menor, el hecho de que todos los días, para acceder a este mundo se debe pagar el derecho de pertenecer a él. 
No hay hospitales o estaciones de policía, ya que el espacio es muy limitado para construirlas. Por tal motivo, a veces hacen su aparición participantes de aquellos lugares solo en situaciones en las que son requeridos. El destino de todos los ciudadanos está en manos del presidente, quien tiene la misión y difícil tarea de controlar el movimiento del mundo. Es un sistema político donde no se elije al candidato, sino que es puesto por habitantes del mundo original. Uno de los mayores peligros es la posible colisión con un mundo similar o hasta con un mundo unipersonal, mucho más pequeño. Otra de las principales actividades es la lectura de algún libro por deseo, tema de estudio o diario. O la actividad más sencilla y a su vez compleja, que muchos eligen: observar desde su lugar en el mundo actual como era el exterior. 
Noté que mi tiempo en este extraño mundo paralelo que visitaba todos los días estaba llegando a su fin. Mis ojos recorrieron  los rostros de los actuales habitantes, sabiendo que a muchos de ellos volvería a verlos en algunas horas. Mi movimiento hasta acceder al botón de la salida, provocó una reacción en cadena y cambios en las posiciones: el espacio ya había sido ocupado por otro habitante en cuestión de segundos. La puerta se abrió y me enfrenté al mundo original de todos los días, donde hasta el clima ya era diferente. Mientras caminaba, lo vi alejarse con mi mente pensando aquella rara sensación de que en ese tipo de mundos todos somos pasajeros de un mismo destino. 

miércoles, 6 de junio de 2012

¿Sabés si hace frío?


Decidí anticiparme a mi verdadera estación. Ya estaba perdiendo demasiado terreno, dejando que muchos se olvidasen de mí. La humedad se estaba llevando demasiado protagonismo. Era hora de poner las cosas en su lugar. Con el cielo en un extraño color grisáceo, un viento casi congelado y algunas gotas de lluvia casi llegando a aguanieve como le decían en los noticieros, la tarea se facilitaba notablemente.  Mi ataque comenzaba apenas escuchaban su despertador. Aquel peor momento del día, como muchos lo llamaban. Yo los veía, luchando contra una voz interior cálida, suave y en un tono muy relajado que intentaba convencerlos de no moverse de ese espacio único como lo es el sobre. Apenas se ponían de pie, los obligaba a notar mi presencia. El desayuno era solo un instante donde decidía dejarlos en paz para que sus mentes imaginaran que yo no estaba ahí. Antes de salir hacia la zona donde más los estaba esperando, sonrío al observarlos llenarse de prendas de vestir, una sobre la otra pensando que lograrían evadirme. De esa manera transitan las horas de su día donde logran comprender que merezco respeto. Algunos me enfrentan solo detrás de sus ojos, encapuchados al máximo. Otros, se animan a una lucha cara a cara. Las consecuencias son inevitables. Ni hablar del uso de sus celulares. Aquellos que suelen necesitarlos a toda hora, deben sacarse sus guantes para utilizarlos. Error: me dejan la puerta abierta y me ayudan en mi trabajo. A veces me comunico con un familiar lejano que está trabajando en el otro lado del mundo. Tiene más suerte que yo porque es recibido con menos ropa  y con claras palabras al disfrutar su estadía.
Así son mis días, donde debo cumplir mi función, como si fuera una sombra capaz de dividirse en infinitas partes y cubrir gran parte del espacio. Suelen repetir mi nombre con una expresión de asombro o hasta incluso con preguntas sarcásticas, sabiendo que estoy ahí, a su lado, apenas pronuncian aquellas palabras frotándose ambas manos: ¿Sabés si hace frío? 

lunes, 4 de junio de 2012

La torre y su magia


En uno de mis pasos por aquel increíble viaje el año pasado, el más importante por ahora en mi vida, estas fueron las palabras que me salieron mientras la miraba fijamente a ella: "La torre y su magia"

Luz en la oscuridad. El cielo parece iluminarse y se convierte en el centro de mirada de miles de personas. Diferentes culturas se mezclan ante un punto en común con el mismo efecto: Una sonrisa con una expresión de asombro. Cada una hora las luces amarillas que cubren dichas miradas, se ven invadidas por luces blancas que titilan durante cinco minutos que parecen eternos. Una ola de aplausos culmina un momento irrepetible, de esos para guardar. Imágenes que quedan reflejadas en cada una de esas fotos con flash que nunca terminan su secuencia. Siempre existe alguien que captura el momento. Por eso es como la escena de una película que siempre muestra sus mejores temas. Los ojos quedan fijos en su figura perfecta. Mas allá de sus años y años de historia, sus curvas se mantienen intactas y siguen enamorando a cualquiera en apenas segundos. Impone respeto con su presencia. Sin importar el clima, ella siempre se deja ver, apreciar, disfrutar. La vista nunca se cansa de semejante obra. Es como si un instante se grabara en la mente. Una mente que aprende, valora y atesora cada uno de esos recuerdos desde ese presente hacia delante. Ella está ahí, esperando ser conocida. Y no piensa irse a ninguna parte, rodeada de verde y de fuentes de agua decorando un espacio mágico para siempre.

Hola, soy Lunes


Llega demasiado rápido y sabe que a pesar de sus intentos de cambios, nadie lo quiere. Recibe comentarios negativos incluso horas antes de aparecer. Cuando se anticipa con frío, o para algunos con lluvia, la situación es aún menos alentadora. Tiene 6 hermanos con los cuales se divide el trabajo, pero sin dudas él se lleva siempre la peor parte. A veces realmente intenta poner lo mejor de si, sabiendo que nunca será suficiente. La frase más escuchada en el trabajo de su hermano al regresar a casa siempre hacia referencia a él y no precisamente en forma positiva, sino con desgano y miradas al suelo. Las primeras horas son las más difíciles. Ante algunos errores, lo suelen usar como excusa. Ya por la tarde y cuando empieza a asomar la noche, comienzan a tratarlo mejor. Termina su jornada laboral y retorna a su casa. Ve a uno de sus hermanos listo para tomar su lugar y luego relata algunas historias sobre lo que acababa de vivir. Siempre giraban con la misma idea, la gran mayoría se quejaba, pero él se quedaba con aquel pequeño y muy ínfimo grupo que sonreía y lo recibía con felicidad; algo que parecía una misión imposible. Se metía en la cama para descansar tras su arduo trabajo hasta que llegaba nuevamente su hermano Domingo y volvía a escucharse: “Dale Lunes, te toca a vos”.

domingo, 3 de junio de 2012

El piano


Hoy se cumplían ya diez años de aquella primera clase. Aun podía escuchar los gritos de mi padre obligándome a sentarme frente a ese frio instrumento que sin saberlo se convertiría en mi único aliado.  Me acomodé en la silla acolchonada y aproximé mis manos hacia él. “¡No escucho que estés practicando!” Nunca más quería escuchar ese tipo de frases que invadían mi cabeza. Ya solo me limitaba a tocar. Acaricie la madera exterior de la caja de resonancia que contenía la magia de la música. 88 teclas. 36 negras y 52 blancas. 3 pedales. Mi mente ya lo tenía tan presente que podía definir cada centímetro  como mi propio cuerpo.

Esa tarde de otoño fue el inicio, cuando ella no soportó más y decidió pasar a otra vida. Mi padre no pudo superarlo.  Su locura apenas minutos después de encontrarla en su cama ya en un sueño profundo, se volcó hacía mí. Mi madre amaba esa música pero mi padre la odiaba. Sin embargo, ante la falta de aquel “sonido infernal” como él lo llamaba, y con mis apenas siete años, me sentó frente a aquel instrumento y comenzó mi camino.

No tuve otra opción, día tras día. Con un sol radiante en mi rostro o ante tormentas enfurecidas  golpeando la misma ventana una y otra vez. Las órdenes de mi padre crecían y su furia no desaparecía. Mis manos por momentos no soportaban la presión y rogaban un descanso. Mi garganta seca, imaginando un vaso de agua fría se repetía en los mediodías. Apenas tenía tiempo para comer, incluso a veces las teclas se manchaban cuando me veía forzado a morder bocado sobre ellas. La locura de mi padre por momentos era tan grande que mezclaba sus gritos entre no soportar el sonido de la música y la necesidad de escucharla. Su mente ya no tenía vuelta atrás y los años seguían deteriorándola. Mis constantes faltas a la escuela eran justificadas por enfermedad o cualquier invento de mi padre.

De esta manera, los años fueron pasando hasta alcanzar este momento. Me encontraba frente a un teatro repleto de gente dispuesta a escucharme. Mi primer concierto frente al mismo instrumento que diez años atrás me había recibido. Mis manos y mi mente no equivocaron ninguna nota y los aplausos invadieron el lugar. Me levanté para ofrecer una reverencia con una sonrisa enorme en mi rostro. Nunca hubiera imaginado que una trágica muerte y una locura sin sentido por algo que solo reflejaba odio, me hubieran llevado a ese momento. Me di vuelta y mis ojos se clavaron en él. El mismo que llevaba toda mi historia tallada en aquellas teclas. El piano que definía con cada tono un instante de mi propia vida.