jueves, 19 de julio de 2012

Los cinco sentidos del egoísmo


Ya no podía volver el tiempo atrás. Ese factor único que no deja de moverse desde que tenemos uso de razón hasta que llegamos al final del camino. La habitación de paredes blancas parecía haber sido redecorada por un artista plástico con agua y marcas al azar. El suelo apenas se veía tras la situación que hacía solo unos minutos se había vivido en aquel lugar. Hubiera perdido el equilibrio de haber estado de pie, pero se encontraba sentado con las piernas cruzadas en una esquina de la habitación, como en un estado zen. Sus ojos recorrieron  la escena: 2 miradas sin destino yacían a su lado. Se preguntó cómo había podido pasar algo así. Estaba cansado, le costaba respirar y se dio cuenta que estaba entrando en ese momento previo a perder el conocimiento.  Cuando logró enfocar su visión nuevamente, levantó como pudo a aquellos dos cuerpos y notó que alguien se acercaba desde el otro extremo de la habitación. Un repentino temblor hizo que prestará atención a lo que estaba pasando. Una mujer intentaba alcanzarlo y parecía pronunciar algunas palabras. El hecho lo tomó por sorpresa, obligándolo a ponerse de pie. Costó, pero le permitió alejarse de ella. Seguía tratando de decirle algo, pero él se aferraba a esas dos miradas como si fueran la salida de lo que estaba viviendo a pesar de que no podían verlo. Le pareció escuchar un llanto de parte de la mujer. Fue en ese instante que comprendió cual era el objetivo que quería alcanzar y logró escuchar la voz desesperada de ella.
– ¿Donde estabas? Solo tenías que estar con ella.
Las lágrimas caían sobre otro cuerpo inmovil. Se tocó la nuca con una de sus manos y sintió frío entre sus dedos. Sus pies sintieron algo de agua en la alfombra, cerca de la pared donde había caído la pecera.  Logró caminar hasta donde estaban y asoció un olor inesperado con la muerte aún sin conocerla. Su boca se secó de repente y no pudo emitir palabras ante semejante impacto.  Parecía haber recuperado todos sus sentidos, pero el vacío que sentía ya estaba tallado en una piedra imaginaria dentro de su mente. Dio media vuelta y desapareció de la habitación. Segundos después, se escuchó el disparo. La mujer cambió de habitación y lo encontró en la silla del estudio con las dos muñecas de trapo de su hija a su lado. Sin poder explicar la sensación que la invadió de repente, tomó el arma, la llevó hasta su boca y no dudó.
Cuando abrió los ojos un par de segundos más tarde, dos policías y varias personas la rodeaban mirandola atentamente. Aún sostenía el arma en la misma posición. Antes que alguien emitiera alguna palabra, rompió el silencio con la primera frase que cruzó por su mente:
- Sabía que era un egoísta. Decidió usar la última bala. 

miércoles, 11 de julio de 2012

Ganas de matar


Sin conocer el verdadero motivo de aquella extraña sensación, tomé el cuchillo más afilado de mi colección, me abrigué con la primera campera que encontré y salí del departamento. Mientras esperaba el ascensor, apareció el del C con su aspecto de Bob Marley y su tono de voz de esta todo bien. Me dirigió la mirada y apenas asentí. Parecía tener una aureola de humo a su alrededor. Abrí la puerta y lo deje pasar. Quedó más cerca del espejo. Tenía 14 pisos, aproximadamente un minuto y medio para aprovechar el momento. Saqué el cuchillo y la primera puñalada fue en el estomago. Me miró, perplejo. La segunda fue en el hombro. La tercera arriba de la rodilla. Ya no podía mantenerse en pie. Ni siquiera tuvo oportunidad de pronunciar una palabra. El último toque fue su garganta. Mientras el piso se pintaba de rojo, noté que el número azul de la pantalla marcaba el quinto. Presioné el tres, frenó, me bajé del ascensor, apagué la luz del mismo y recorrí las escaleras hasta la puerta principal del edificio.  Cuando estuve a punto de salir, entró la señora del cuarto. Irritante como siempre, con esa voz ínfima quejándose por todo. Gritó sobre una mancha que no existía en el suelo, del clima, de los precios. Me cansó. Cuando el ascensor llegó y abrió sus puertas, utilice el cuchillo al menos unas diez oportunidades en su espalda. Su cuerpo cayó sobre Bob Marley y las puertas volvieron a cerrarse. Guardé el cuchillo y salí a caminar. El cielo gris acompañaba el momento, otra vez sin sol, algo de humedad penetrando mis huesos. Frené mi andar en una esquina, como consecuencia del semáforo en rojo. A mi lado, una nena de unos 5 años me miró fijamente durante algunos segundos que parecieron muy largos. Su mama, hablando por celular y  al parecer discutiendo con quien sea que estuviera del otro lado, ni siquiera había notado mi presencia. La nena pronunció apenas una oración con su dulce voz: “tenes algo rojo en la frente” Me toqué con una mano y apenas la miré, noté la sangre. Me limpié con la campera, le agradecí con una sonrisa a la adorable nena y continúe mi camino. Verifiqué que tenía limpia la cara utilizando  una vidriera como espejo. Entré al local del que siempre cobraba demás en arreglos electrónicos de lo que sea. Observé atentamente como le “robaba” en la cara a una señora de avanzada edad que dejaba el reloj de su esposo. “No, esto va a llevar tiempo y la pieza que necesita es bastante cara” La anciana asintió haciendo mención a que pagaría lo que sea por el valor sentimental de aquel reloj.  Cuando dejó el negocio, alcancé a escuchar al hombre mientras pronunciaba algunas palabras en dirección a otra puerta: “Marcos, veni a cambiarle las pilas a esto así ya queda listo” La típica, la avivada criolla como llaman todos. Me cansó. Le sonreí mientras le pedía cualquier accesorio de mostrador. Apenas metió la mano por debajo del vidrio, lo rompí con lo primero que encontré, saqué el cuchillo, lo clavé en el medio de su mano y con el siguiente movimiento, atravesé su garganta. Marcos parecía no haber escuchado nada. Me asomé por la puerta que daba a la parte de atrás del negocio y lo encontré en una pc escuchando con unos auriculares de último modelo. Claramente ni se había enterado de todo lo que acababa de pasar. Limpié mi cuchillo y salí del lugar. Caminé un rato por la plaza del barrio, intentando buscar algo de aire. Miré mi reloj. Ya tenía que viajar hacia la oficina. Al llegar, mis pies me arrastraron hacia el espacio que ocupaba el jefe de la empresa donde trabajaba. Ni siquiera esperé el saludo. Me sonrió con la falsedad que lo caracterizaba. Me cansó. Un solo movimiento del cuchillo hacía el corazón. Aguardé unos segundos ya que era una buena forma de verifcar que tenía uno realmente. Volví sobre mis pasos hasta la escalera del edificio y subí a la terraza. Sin dudarlo dos veces y sin mirar hacia abajo, me acomodé en la cornisa. Levanté uno de mis pies y simplemente me dejé caer. Cuando mi cabeza golpeó contra el asfalto, abrí mis ojos. Estaba en mi departamento con esa sensación anterior a tomar el cuchillo. Ahí me di cuenta que tenía ganas de matar. 

domingo, 8 de julio de 2012

Un mundo de libros


Tenía ganas de salir. A veces algunos rayos de sol alcanzaban su piel, pero esa sensación duraba solo durante los escasos momentos que vivía mirando el mundo a través de aquel vidrio, donde era expuesto. Se preguntaba cuando sería el día donde realmente pudiera conocerlo. Estaba rodeado de historias, pero no tenía la posibilidad de vivirlas.Apenas se escuchaban algunas líneas en relatos cortos de las personas que visitaban el espacio. Había días donde ni siquiera se movía de su lugar, en otros terminaba en un punto diferente al ser movido sin intención de elegirlo. En aquellas oportunidades, su mente se llenaba de alegría al imaginar que sería el día, pero cuando era regresado a su punto de origen, esa sensación se desvanecía. 
A veces llegaban nuevos compañeros que rápidamente saltaban al mundo exterior sin ningún esfuerzo. Se preguntaba el porqué, si su historia no tenía nada que contar. Con el correr del tiempo, llegaba el miedo de ser alejado y terminar en la oscuridad junto a otros que corrieron la misma suerte. 
Sin embargo, no fue necesario llegar a tal extremo. Con la sonrisa que demostró al verlo, ya le permitió pensar que había llegado el día. Sintió un escalofrío cuando ella lo levantó entre sus manos. Apenas segundos después, notó que no estaba siendo dejado nuevamente en su lugar, sino que se acercaba a "la caja", como la llamaban ellos.  Tras decretar su salida, ella abrió la puerta sosteniéndolo entre sus brazos y él sintió el aire fresco del mundo por primera vez.  
El espacio donde ella vivía le dio tranquilidad. La biblioteca parecía exprimir al máximo el espacio disponible. Prestó atención a quienes serían sus compañeros durante aquel tramo de su vida. Al otro día, ella lo guardó en su mochila y un rato más tarde, ambos sentían el cálido sol en la plaza del barrio. Disfruto cuando ella lo abrió nuevamente, está vez para comenzar a recorrer sus páginas. Así se repitió durante varios días, en diferentes lugares. Hasta que llegó el final. Ella lo cerró, sonriendo. Él se guardo aquella imagen en su memoria, sabiendo que había cumplido su objetivo, su historia escrita en aquellas hojas. 
El libro regresó a su biblioteca, esperando salir nuevamente para intentar transmitir esa única e increíble experiencia que abre las puertas a un mundo sin límites donde solo depende de la imaginación. Un mundo que al entender su significado, nos lleva a fronteras nunca antes conocidas. Un mundo de libros que se define con una simple palabra llamada lectura. ¿Qué estás esperando para leer un libro?

martes, 3 de julio de 2012

Falsa llamada


-Juan... ¿te podés apurar? ¡Tenemos que desaparecer antes que vuelva!
-¡Pará Manuel! No podemos equivocarnos. Sabes muy bien lo que nos puede pasar.
-¿Te volviste loco? La policía va a llegar en cualquier momento. ¿No viste la cara de la vieja de enfrente  cuando entramos al edificio? Se dio cuenta. Nos va a botonear.
-Que pendejo que sos ¿Para que agarraste este laburo?- se acerco hacia él-¡Contestame!-
-Necesito la guita y mi vieja esta enferma.
-¿Tu vieja? ¿Sabes lo que me importa tu vieja? ¿Queres irte? Anda. Dejame. Me da lo mismo.
Tras un silencio que pareció estirarse demasiado, respondió
-Esta bien. Me quedo, pero apurate en encontrar esos papeles y nos vamos.
Mientras Juan buscaba, Manuel caminaba por el lugar mostrando gestos de nerviosismo.
-Nene, ¿no podés quedarte quieto un segundo?- preguntó de manera impaciente.
Manuel no alcanzó a responder.  Perdió el equilibrio y cayó, golpeando duramente su cabeza con el suelo.
-¿Y ahora que tenés? ¡Manuel! ¡Decime algo! ¡Manuel!- se arrodilló a su lado esperando una respuesta.  Al tomarle el pulso, se dio cuenta que sus gritos eran en vano: ya había muerto. Revisó sus bolsillos y encontró al culpable.
-Le dije que tenia que dejarla, lo iba a terminar matando... ¿Y ahora donde lo meto?- Arrastró el cadáver hacia el armario y continuó su búsqueda.
-¡Acá están!- Gritó como si alguien más estuviera a su lado y escondió los papeles en un bolsillo de su campera. Caminó hasta la  puerta, recorrió  el lugar por ultima vez  con su mirada y cuando tomó el picaporte para escapar, alguien tocó el timbre. La expresión de Juan cambió por completo. Trató de calmarse antes de responder el llamado.
-¿Si? ¿Quien es?
-Claudia, la portera.
-¿Qué necesita?
-¿Sos vos Julián?- La mujer forcejeó para abrir la puerta, pero Juan presionaba desde adentro- ¿Qué pasa? ¿Quién esta ahí?
-Si Claudia. Tranquila. Soy Julián, pero estoy ocupado – intentó mostrar seguridad en las palabras, pero claramente no le salió como esperaba.  
-Necesito entrar- empujó la puerta y lo vio. Juan cerró y se interpuso entre la mujer y la única salida-¿Qué queres acá?- Dijo mientras agarraba el teléfono rojo, antiguo con ese cable parecido a los fideos.
-Deja eso donde estaba- sacó su arma y apuntó-¡No voy a repetirlo!
-Está bien, por favor...- El disparo pareció haber retumbado en todo el edificio. Juan reaccionó una milesima de segundo más tarde.
-Pero... ¿qué hice? – “¡La maté!” su mente no dejaba de repetirse aquellas palabras. Verificó si estaba con vida, pero la bala había atravesado el pecho. La sangre se esparció por el suelo, cubriendo una gran parte de él. Juan la levantó y la metió en el armario junto al cuerpo de Manuel. Limpió rápidamente las manchas de sangre con el primer trapo que encontró en el baño y volvió a revisar el lugar.  
“Voy preso por esto, de esta no me salvo...” El sonido del teléfono frenó sus pensamientos. Después de escucharlo sonar cuatro veces, se encendió el contestador:
“Ya sé que estas ahí. No me queres atender, me da lo mismo. ¿Te volviste loco? Si lo hubieras cuidado, lo tendría conmigo ahora. Y la pobre mujer, ¿era necesario?. Deberías haberlo pensado dos veces. No se lo merecía. En un minuto estoy en tu casa, esperame”
Juan se acercó a la ventana y miró hacia fuera. El auto de color gris oscuro estacionaba justo en la puerta del edificio. Un hombre bien vestido y aferrando un maletín en una de sus manos bajó a toda velocidad. Juan esperaba el sonido del portero eléctrico, pero el silencio afirmó que aquel visitante tenía llave. Miró en todas direcciones y no encontró otra salida. Se sintió ahogado.  La presión lo había superado. Apoyó el arma en su cabeza y cerró sus ojos. Al mismo tiempo que caía, el hombre con el maletín ingresaba en el departamento.
-¿Qué...?- Dos patrulleros frenaron en ese instante en la cuadra. Sin  salir de su asombro y aún con la puerta abierta del departamento, alcanzó a ver como varios agentes ingresaban al lugar. Uno de ellos se le acercó.
-¿Sabe algo de lo que pasó acá?
Tardó varios segundos en responder
-No, que se yo. Vivo acá con un amigo. Entré y el cuerpo ya estaba en el piso...
Un policía interrumpió la conversación.
-Hay dos cadáveres en el armario. Y un mensaje en el contestador
Apenas terminaron de escucharlo, el agente lo miró fijamente.
-¿Seguro que no sabes nada? Ese tipo del contestador sos vos...
-Si, pero no tiene nada que ver con esto. Yo me refería a mi perro que murió ayer por su culpa. Y  la mujer a la que hago referencia es Laura, a quien él dejo hace unos días-
Los agentes que se movían por el espacio se miraron desconcertados.
-Nos va a tener que acompañar...
-¡Si no tengo nada que ver! Ni siquiera conozco a estos hombres...
-El que usted vió en el suelo se suicidó, seguramente al escuchar sus palabras en el contestador. ¿No le parece que hubiera actuado de otra  manera si sabia todo eso que nos cuenta?
-¿Qué está diciendo? Es una gran confusión...
-Tiene razón. Va a venir con nosotros... – un policía lo esposó, y una vez en la calle una mano lo ayudó a bajar la cabeza para entrar en el auto.
El agente que se acomodó en el asiento del conductor miró a su compañero y luego al hombre del maletín. 
-Te hubieras inventado una idea un poco más inteligente...
-¡No! ¡No hice nada! ¡Soy inocente!
Mientras el patrullero se alejaba, dos mujeres entre la multitud negaban con la cabeza mientras comentaban la situación.   
- Parece que mataron a Claudia. Dos hombres entraron al segundo piso.
- Menos mal que no estabamos. Que inseguridad. Cada vez estamos peor. ¿En el departamento de Julián?
- Si. ¿Que racha, no? Pobre... no tiene idea lo que le espera cuando vuelva a su casa. Ayer gritando que se le moría el perro mientras su novia Laurita dejaba el departamento bañada en lágrimas.