Día 1237. La
pared ya no tiene más lugar para marcas. El sillón se convirtió en el nuevo
armario oficial. Las alacenas solo tienen alguna lata de arvejas o una caja de
arroz, después de esos días de batalla en supermercados. El agua de la canilla
apenas sale con presión y ya olvidé la última ducha. Solo queda la radio, en
una sola frecuencia, con transmisiones esporádicas desde distintos lugares del
mundo. Las señales de telefonía celular desaparecieron semanas atrás, la
televisión se transformó en un espejo y la conexión a internet colapsó después de
varias advertencias. La luz tenía sus momentos, las pilas se agotaron y solo puedo
escuchar Keep Yourself Alive de Queen
en un mp3 con botones rotos que encontré en uno de los cajones que nunca se
ordenan. Los libros volvieron a ocupar un lugar tan relevante como esencial,
siendo los únicos capaces de transmitir ideas y de hablar con sus palabras. Levantar
la persiana es una misión casi imposible: me visto con el traje especial y la máscara
que inventé para no respirar el aire contaminado. El silencio parecía hablar
como nunca antes lo había hecho. No tengo
noción de la última conversación con otro ser humano. Aún recuerdo los primeros
días del “Aislamiento social y obligatorio”: ese título innovador por el cual
los gobiernos de distintas partes del mundo decretaron el principio del fin. El
virus nunca fue más peligroso que la paranoia que generó en la sociedad. Los
falsos números, las víctimas, el manejo de los medios y el descontrol de la
economía, solo fueron algunos de los puntos que construyeron el “nuevo mundo”. Controlar la curva, tenemos que
controlar la curva. Y así nos convencieron a todos, o al menos a una gran
mayoría. Sin transportes terrestres, sin barcos, sin aviones. Con miedo entre
nosotros, miedo a respirar cerca de un otro o tocar aquello que otro ya había
tocado. La noción del tiempo y el
espacio cambió como si lo abstracto dejara de serlo, como si pudiéramos sentir
y ver a ambos de otra manera. Los animales volvieron a las calles, recuperando
un espacio que quizás nunca debieron haber perdido. Dejamos de tener control y
nunca nos habíamos preparado para eso. El error fue pensar que alguna vez lo
tuvimos, cuando solo una minoría supo la verdad. Aún no sabemos el motivo de
nuestras transmisiones, después de más de tres años en cuarentena. ¿Esperanza?
¿Realidad? ¿Leyenda? ¿Resignación? A los pocos que seguro quedamos con vida,
les pedimos que sigan así, que no dejen de intentarlo. La vida que teníamos, donde
la libertad era protagonista, no va a regresar. Solo nos queda adaptarnos, como
en distintos momentos de nuestro camino. Adaptarnos para sobrevivir y seguir
escribiendo historia.
Subió el volumen de la radio para terminar y ese sonido al no
encontrar la frecuencia deseada, ocupó el lugar de sus palabras. Los aplausos
invadieron la pantalla desde los distintos espacios tecnológicos que cada
compañero ocupaba en la sala compartida de manera virtual.
- Excelente trabajo. Tomaste en serio la
experiencia de transmitirla – la profesora de la clase de teatro lo felicitó sumándose
a los aplausos que se veían en el monitor – Solo esperemos nunca llegar a eso,
¿no? Gracias a todos. Quédense en casa. Nos conectamos la semana que viene.
Logró esbozar una sonrisa, saludó hacia la
cámara y se desconectó. Se acercó a la ventana para tratar de ver algo a través
de la persiana completamente cerrada. Se cambió la remera, eligiendo una del sillón y caminó a la cocina para agarrar una lata de
arvejas y una cuchara, antes de volver a ´su habitación. Abrió uno de los
cajones del escritorio para buscar su mp3 y los auriculares. Mientras
sonaba Keep Yourself Alive, cerró los
ojos con el mismo deseo de su profesora. Ojalá nunca lleguemos a ese nivel de
paranoia.
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