viernes, 11 de julio de 2014

"Estamos en la final"

"Estamos en la final" quizás fue una de las frases más repetidas entre nosotros, segundos después de que Maxi Rodriguez terminara de convertir en realidad el sueño de todos. Estamos exhaustos, como si hubiésemos jugado bajo la lluvia una semifinal de copa del mundo frente a Holanda. Nos miramos con quien tenemos a lado, después del abrazo incondicional y espontaneo  que nos genera el hecho de compartir esta pasión, esta felicidad que nos invade y que nos une a pesar de no existir palabras para explicarla; esa que solo sabemos que existe. 

Los corazones ya no vuelven a la normalidad sino que crean un espacio nuevo para guardar entre esos momentos que perdurarán para siempre; esos que uno arranca contando: "Te acordás cuando..." y ahí empieza la lista de imágenes, de secuencias, de escenas que nos llevaron a estar en el último escalón para alcanzar la gloria eterna. 
Corazones que se llenaron de expectativas, quizás en menor medida, en la previa del mundial.  
Corazones que empezaron a sentir donde estaban con el 2-1 a Bosnia, más allá de los cuestionamientos acerca del planteo utilizado ante un rival que vivió su debut mundialista. 
Corazones que estallaron  en un grito desaforado con el gol de Messi para quebrar la defensa de Irán en el epílogo del partido. 
Corazones que vivieron el ida y vuelta con Nigeria para terminar primeros en el grupo.  
Corazones que conocieron nuevos límites y desafíos con la definición de Di Maria a dos minutos de los penales ante Suiza y  esa jugada que pasó inadvertida en un comienzo, pero que nos asustó aún más en la repetición con el palo y el rebote en el jugador suizo. 
Corazones que recuperaron confianza en los primeros minutos de los cuartos de final frente a Bélgica con el gol del pipita Higuaín. 
Corazones que trabajaron mucho con Holanda en una instancia desconocida para muchos, donde el concepto de equipo más necesitaba. Desde el épico corte del capitán de este barco más allá de no tener la cinta, el inexplicable Mascherano, hasta las atajadas de Romero en los penales, como si nos dieran la posibilidad de revivir la alegría y la revolución que Goyco generó en el mundial de Italia 90. 

En el 86 solo tenía un año y no tengo recuerdos del 90, donde apenas tenía 5. Aparecen flashes del 94 y esa historia de la cual todos conocemos su final. Empezaba la secundaria en el 98 y esa desilusión que no dio a tiempo a reaccionar con el gol de Bergkamp y la derrota en cuartos de final se recordó en este presente desde el instante en el cual se conoció el rival de semifinales de este mundial. En el 2002 la expectativa era muy grande. Recuerdo escuchar la palabra candidato infinidad de veces, pero caímos en el famoso grupo de la muerte y quedamos afuera habiendo recibido un gol de penal y otro de tiro libre, más allá del gran técnico que teníamos. En el 2006, con una renovación de jugadores, gritamos con el alma el gol de Maxi Rodriguez a México y sufrimos como nunca en los penales con Alemania. En el 2010 renovamos las esperanzas pero chocamos con la realidad nuevamente en cuartos de final  ante el mismo rival. Hoy estamos a punto de vivir lo que significa una final. El desempate, si así puede titularse, por ya haberse enfrentado a Alemania en dos finales del mundo. 

Bajo esa magia que tienen los mundiales para dejarnos viajar en nuestra memoria y experimentar aquello que nos va marcando durante la vida, crecemos en esta línea imaginaria que escribe historia cada cuatro años, que nos ayuda a entender dónde estamos y dónde queremos llegar. 
Son sueños. 
Son lágrimas de alegría, de bronca y de aprendizaje. 
Son desahogos. 
Son abrazos incondicionales. 
Son nuestros ojos.
Son quienes nos representan. 
Somos todos. 
Somos Argentina. 
Estamos en la final. 

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