lunes, 14 de julio de 2014

El día después de la final

Lunes a la mañana después de haber jugado una final del mundo. Me tomo el 24 como todos los días. Hay caras largas, como si nos faltara algo que sentíamos nuestro. Ante la inmensidad de opiniones, criticas, comentarios, demostraciones de lo que somos como sociedad y sensaciones que recorren el cuerpo, la mente y el corazón, sentí la necesidad de escribir algunas palabras, a pesar de que tienen un peso especial mientras van apareciendo. 

Lo primero que me salió escribir ayer fue el hecho de que resulta sencillo criticar y echar culpas cuando no se alcanza el objetivo final, aún sabiendo que se hicieron las cosas bien. Somos una sociedad a la cual le gusta opinar de lo que sea, que se deja llevar por la situación sin medir las consecuencias, más allá de conocer o no el tema sobre el cual se está hablando. Los mundiales son un ejemplo claro de esto por el ambiente que se genera, las ilusiones que se renuevan y el sentimiento de unión que durante un mes tiene el poder de opacar otras noticias. Desde que empezamos a hablar del sorteo (sin dudas y sin desprestigiar rivales, quizás el más sencillo que le tocó a Argentina en los últimos tiempos) hasta la imagen de miradas perdidas de los jugadores esperando recibir su medalla de plata ayer. Una medalla que hacia rato no alcanzábamos. No se explica, sino que simplemente se siente. 

Apenas terminó el partido, todos empezamos a escribir y volcar sensaciones únicas y muy personales de lo que estábamos viviendo. Desde el lugar pasional desde el cual vivimos, más aún cuando se refiere a cosas como este deporte, nos resulta inevitable expresarnos. Soy de los que cree que del dolor se forman las personas, se saca lo mejor de uno mismo con el tiempo y se entiende hacia dónde se quiere llegar. Si solo fuéramos felices ni siquiera sabríamos lo que eso significa.  

El sueño de ser campeones del mundo ya suena enorme con solo escribirlo. Como escribí el viernes antes de jugar la final, ayer fue la primera que viví con verdadero uso de razón (tenía solo 5 años en la final del 90) y apenas fue la 5° que jugó Argentina en 84 años de historia de los mundiales. Los números a veces nos ayudan a entender la magnitud de algunos logros. 
Hablando estrictamente de lo fútbolistico, creo que se hicieron las cosas muy bien contra el mejor equipo del momento, que hace rato llegaba a semifinales y trabajaba para esto. Tuvimos las situaciones para sumar una nueva estrella, pero fallamos en ese toque final que a veces cambia la historia. Todos sentimos el golpe del gol a solo 6 minutos de terminar el segundo tiempo del alargue. Lo primero que se nos cruzó por la cabeza es nos robaron la ilusión y lo que parecía felicidad se transformó en tristeza. Gritamos el gol de Higuaín por la decisión de seguirlo por parte de quién manejaba las cámaras aún sabiendo que había parecido offside en el momento en el cual sale el pase. Sentimos el cansancio cuando terminaron los 90 y había que jugar otro alargue. Cuestionamos los cambios de Sabella. Buscamos entender cómo no terminaron en gol esas jugadas tan claras que en una final no se pueden fallar.

Y de repente, terminó. Como todas las cosas felices que vivimos durante nuestras vidas, se haya o no llegado al resultado deseado.  Mantuvimos la esperanza hasta la última pelota en el minuto 122 con un tiro libre al borde del área en la final del mundial. Ni el más optimista podría haber pronosticado la escena. Quienes no conocían a Mascherano, hoy saben lo que es. Quienes hablan de fracaso o critican a ciertos jugadores, respeto sus opiniones, pero no las comparto porque no todos los días se llega a una instancia así. El resultado final no borra lo que ya se escribió. Momentos como el que viví con mis hermanos en los penales con Holanda ya no se olvidan más y son de los que uno elige guardar. 

Vivimos en un país raro, diferente e inexplicable en muchos aspectos. Ayer a la noche canal 9 pasaba imágenes resumiendo el mundial, en Telefe cocinaban con MasterChef, en Tv Pública Maradona analizaba el partido y en Canal 13 parecía el fin del mundo con una escena repetida en el obelisco, que si pondrían imágenes de archivo sería lo mismo. Creo que el mayor problema es que aún no podemos reconocerlo, que nos parece tan normal que no logramos definir su magnitud. Podemos intentar analizarlo, pero siempre se llegará al peligroso límite del "somos así"; como si fuera terminantemente prohibido cruzarlo. 

Terminó el mundial. Terminó ese mes mágico, que tanto para los que amamos el fútbol como para los que no, resulta lleno de sensaciones y esperamos tanto durante 4 años. Nos costó 24 volver a alcanzarla, la jugamos, la vivimos y la sufrimos. Siento que ganamos mucho más de lo que perdimos en este día tan extraño, como lo fue durante el antes y como lo será de ahora en más. 
El día después de la final.

viernes, 11 de julio de 2014

"Estamos en la final"

"Estamos en la final" quizás fue una de las frases más repetidas entre nosotros, segundos después de que Maxi Rodriguez terminara de convertir en realidad el sueño de todos. Estamos exhaustos, como si hubiésemos jugado bajo la lluvia una semifinal de copa del mundo frente a Holanda. Nos miramos con quien tenemos a lado, después del abrazo incondicional y espontaneo  que nos genera el hecho de compartir esta pasión, esta felicidad que nos invade y que nos une a pesar de no existir palabras para explicarla; esa que solo sabemos que existe. 

Los corazones ya no vuelven a la normalidad sino que crean un espacio nuevo para guardar entre esos momentos que perdurarán para siempre; esos que uno arranca contando: "Te acordás cuando..." y ahí empieza la lista de imágenes, de secuencias, de escenas que nos llevaron a estar en el último escalón para alcanzar la gloria eterna. 
Corazones que se llenaron de expectativas, quizás en menor medida, en la previa del mundial.  
Corazones que empezaron a sentir donde estaban con el 2-1 a Bosnia, más allá de los cuestionamientos acerca del planteo utilizado ante un rival que vivió su debut mundialista. 
Corazones que estallaron  en un grito desaforado con el gol de Messi para quebrar la defensa de Irán en el epílogo del partido. 
Corazones que vivieron el ida y vuelta con Nigeria para terminar primeros en el grupo.  
Corazones que conocieron nuevos límites y desafíos con la definición de Di Maria a dos minutos de los penales ante Suiza y  esa jugada que pasó inadvertida en un comienzo, pero que nos asustó aún más en la repetición con el palo y el rebote en el jugador suizo. 
Corazones que recuperaron confianza en los primeros minutos de los cuartos de final frente a Bélgica con el gol del pipita Higuaín. 
Corazones que trabajaron mucho con Holanda en una instancia desconocida para muchos, donde el concepto de equipo más necesitaba. Desde el épico corte del capitán de este barco más allá de no tener la cinta, el inexplicable Mascherano, hasta las atajadas de Romero en los penales, como si nos dieran la posibilidad de revivir la alegría y la revolución que Goyco generó en el mundial de Italia 90. 

En el 86 solo tenía un año y no tengo recuerdos del 90, donde apenas tenía 5. Aparecen flashes del 94 y esa historia de la cual todos conocemos su final. Empezaba la secundaria en el 98 y esa desilusión que no dio a tiempo a reaccionar con el gol de Bergkamp y la derrota en cuartos de final se recordó en este presente desde el instante en el cual se conoció el rival de semifinales de este mundial. En el 2002 la expectativa era muy grande. Recuerdo escuchar la palabra candidato infinidad de veces, pero caímos en el famoso grupo de la muerte y quedamos afuera habiendo recibido un gol de penal y otro de tiro libre, más allá del gran técnico que teníamos. En el 2006, con una renovación de jugadores, gritamos con el alma el gol de Maxi Rodriguez a México y sufrimos como nunca en los penales con Alemania. En el 2010 renovamos las esperanzas pero chocamos con la realidad nuevamente en cuartos de final  ante el mismo rival. Hoy estamos a punto de vivir lo que significa una final. El desempate, si así puede titularse, por ya haberse enfrentado a Alemania en dos finales del mundo. 

Bajo esa magia que tienen los mundiales para dejarnos viajar en nuestra memoria y experimentar aquello que nos va marcando durante la vida, crecemos en esta línea imaginaria que escribe historia cada cuatro años, que nos ayuda a entender dónde estamos y dónde queremos llegar. 
Son sueños. 
Son lágrimas de alegría, de bronca y de aprendizaje. 
Son desahogos. 
Son abrazos incondicionales. 
Son nuestros ojos.
Son quienes nos representan. 
Somos todos. 
Somos Argentina. 
Estamos en la final. 

lunes, 7 de julio de 2014

Cartas Suicidas - Capítulo 1

Hoja blanca, con renglones de finas líneas azules, doblada a la mitad para que entrase en un sobre. Tamaño 160 x 210 mm. Birome azul. Escritura a mano. Letra imprenta.


En la simpleza está la complejidad
“Resulta complejo el solo hecho de empezar a escribir esta carta. En ese camino imaginario de posibles alternativas, esta salida implicaba la última. Me pregunto por donde comenzarán las personas que toman este camino. Imagino aquellas de mente fría, capaces de planificar hasta estos pasos. También seguramente están los más espontáneos, de poca paciencia, ansiosos por llevar adelante la idea y llegar al otro lado, como suele escucharse. Quizás el pensar que mientras estás leyendo estas palabras, la decisión ya está tomada y voy hacia ese otro lugar, le da un valor adicional, como todo lo que parece generar el concepto abstracto de la muerte. Mentiría si no escribiera las veces que dudé antes de tomar la decisión definitiva. Si fuera tan sencillo, el número de personas que optaría por esta salida sería mucho mayor. Lo que cuesta vale, dicen algunos. No puedo afirmarte eso, pero quiero creer que es así. Se que también estás pensando porque tanta planificación frente a la inmensidad de maneras que existen hoy en día para llevar adelante el acto. La respuesta a ese planteo es sencilla y tiene que ver con un momento especifico (de control te diría) para que esta carta llegase a tus manos cuando corresponda según mis estimaciones. Son aproximadamente las 22:15 y estás sentada en la antigua silla a un costado de la puerta, por el impacto que te generó encontrar la carta. Si es así, te pido que camines hasta el pequeño balcón donde compartimos tanto a pesar de su ínfimo espacio para dos personas. Seguro el frío va a cambiar el color de tus mejillas y tus ojos van a mezclar lágrimas con el clima helado que trae el viento. Más allá de eso, cuando levantes la cabeza, tu mirada va a seguir mi cuerpo al dejarse caer para cumplir estas palabras. Es tiempo de dar el salto para evitar dejarte en una posición inevitable por el color de tu pulsera. En la simpleza está la complejidad”

Leé el Capítulo 2