Estamos acostumbrados a opinar. Somos parte de una sociedad que ante cualquier hecho, más allá del contexto, siente la necesidad de hacerse escuchar. Podemos encontrar análisis objetivos de aquello que pasó, pero el tinte de opinión hace que la subjetividad prevalezca. Es claro que no hay una verdad absoluta, pero terminamos siendo especialistas en girar la dirección de la mirada y hacer oídos sordos.
Lo de ayer fue un fiel reflejo de todo esto. Supera las camisetas y los colores, va más allá de una rivalidad. A la mañana nos enteramos que falleció Emanuel Ortega, jugador de 21 años de San Martín de Burzaco, después del choque contra una pared a un costado de la cancha. Si, una pared. Después de luchar 11 días por su vida, el final fue el que nadie deseaba. Desde AFA suspendieron todo la fecha del fin de semana para adherirse al dolor de la familia.
Ni siquiera pasaron 24 horas y el centro de atención se vio obligado a cambiar. Somos rehenes sin memoria. Tienen que pasar estos extremos y ni siquiera logramos entender. Actuamos con los hechos consumados. "No va pasar nada" y así seguimos adelante. Ya no hablo del deporte en sí con esa frase, sino que sobran ejemplos para afirmarlo.
Lo de ayer acumula motivos para explicar lo desvirtuados que están los valores, que suelen ser el espejismo de la propia sociedad. Vivimos en el mismo mundo donde hace dos días, el Real Madrid quedó afuera de la semifinal de la Champions League (torneo que suele compararse con la Libertadores de manera ingenua y sin fundamentos) con la Juventus, jugando de local y teniendo la posibilidad de jugar una final épica con el Barcelona, su eterno rival. Aún quedándose afuera, aplaudieron a Pirlo, figura del conjunto italiano, y los propios jugadores del Real Madrid aceptaron la derrota. En el mismo mundo donde la NBA, que más allá del show que genera, es una demostración de los valores de un deporte. Soy consciente que es imposible comparar y la salida fácil es aislarnos de todos y creernos los mejores, como si fuésemos más vivos que el resto. Esa estúpida frase de la "viveza criolla" como razón para justificar cualquiera de nuestros medios. Es triste escribirlo, pero terminamos siendo víctimas de aquello que creamos.
Me acuerdo de mi abuelo escuchando por la radio los partidos de River, de sus comentarios y su visión de este juego que tanto nos apasiona. Hoy lo único que importa es ganar, enterrar al rival y estigmatizar la derrota como el peor de los males. Claro que existen los hinchas que no tienen nada que ver con quienes obligaron a suspender el partido ayer. El partido que vale ya lo perdimos hace rato.
Podría seguir escribiendo, pero a veces los hechos superan las palabras. Solo me faltó usar una palabra en particular, una palabra que tendría que haberse repetido miles de veces en los diarios de hoy, pero como real protagonista. Esto supuestamente era un partido de ese deporte. ¿Esto era fútbol, no?
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