Si buscáramos una analogía quizás encontramos varias que puedan asemejarse con la escritura. Entre esas tantas,
se me ocurre una que explica con simpleza el valor de crear un mundo, expresar
un sentimiento, brindar una opinión o solo volcar palabras sin un destino predefinido.
La sonrisa en el medio del llanto de un chico
al recibir un caramelo sin esperarlo. El instante donde el tiempo parece frenar
de repente y pintarse del color que
define lo eterno, por el solo hecho de disfrutar el sabor de algo dulce de
principio a fin sin sentirse defraudado ni desilusionado en el camino. El
caramelo es único desde que hace su aparición hasta que cumple su objetivo. La
magia se mantiene con cada uno que aparece de manera idéntica con la expresión:
uno más. Podrá ser de diferente gusto, color o marca que el anterior, pero el
paréntesis de felicidad se disfruta de manera similar o incluso mejor, dentro de esta especie de mundo si puede llamarse así.
Esta analogía que quizás permite afirmar que
“escribir es como disfrutar un caramelo”, resume exactamente la sensación que
fluye mientras se desarrolla un texto. El poder que brinda una hoja en blanco
no puede transmitirse, sino que es un arma personal que permite combatir de
distintas maneras las responsabilidades, compromisos y horarios en la vida que
nos toca todos los días. Es cómo definir una pasión, pero claramente las
pasiones no requieren de una explicación. Como tener una llave para abrir una
única puerta hacia el mundo que deseamos o como esos ínfimos momentos de
felicidad que sin dudas son mucho más escasos de lo que alguna vez nos contaron. Razones podemos
encontrar muchísimas, pero el motivo por el cual buscarlas sería solo una
excusa que nos haría perder tiempo para disfrutar el único fin: escribir.
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